miércoles, 3 de diciembre de 2014

El Triángulo Dramático (IV): Profundizando la relación Víctima/Perseguidor

Isabel Sala


Como vimos hace unas semanas en la publicación de Elena El Triángulo Dramático (II),el Perseguidor es un papel simbiótico con el de la Víctima. Nunca aparecen separados, siempre que haya una persona que se coloque en el papel de Víctima, necesitará encontrar un Perseguidor que lo justifique. Y siempre que alguien adopta el papel de Perseguidor ha escogido una Víctima a la que perseguir (controlar, culpar, castigar, juzgar, criticar de forma destructiva…).

Es importante recordar que el Perseguidor no es siempre una persona, sino que puede ser también una circunstancia (la crisis financiera, el coche que me han robado, la lluvia que no cesa…) o una condición (cada vez tengo más canas, me aumentan las dioptrías con la edad, una enfermedad que nos limita…).

Al buscar un Perseguidor, la Víctima está rechazando tomar la responsabilidad por las cosas que le ocurren y no le gustan. Atribuir una causa externa a lo que nos pasa parece que nos exime de hacer algo para cambiarlo (no depende de nosotros el hacerlo) y nos deja inermes e indefensos ante los acontecimientos. La Victima se siente impotente, porque le da al Perseguidor toda la capacidad de cambiar las cosas y asume su falta de voluntad para hacerlo, con lo que se siente atrapada. Cuando de hecho no es que al Perseguidor le falta la voluntad de cambiar las cosas para un mayor bien de la Víctima, sino que no es él quien debe hacerlo sino la Victima misma: cuando algo no te gusta, siempre hay algo que puedes hacer; básicamente puedes cambiarlo, apartarte de ello, o aceptarlo. 

Un sentimiento que se desarrolla con mucha frecuencia por la Víctima es el resentimiento hacia lo que considera su Perseguidor. Este resentimiento le mueve a colocarse a su vez en papel de Perseguidor en cuanto tiene oportunidad para vengarse. Al cambiar a papel de Perseguidor, coloca al que era el Perseguidor en el papel de Víctima. 

El que es colocado por la Víctima en el papel de Perseguidor, con frecuencia no es consciente del rol que se le ha asignado, solo ve que otra persona le culpa de sus desgracias y reacciona de forma hostil o incluso agresiva hacia él, lo que con frecuencia le lleva a identificarse con el papel de Víctima que se le ha asignado. Es muy frecuente que ambos acaben viéndose como Víctimas y viendo al otro como su Perseguidor. Estas situaciones pueden enquistarse en el tiempo dando lugar a situaciones de bloqueo con difícil resolución. Solo se sale de ellas cuando una de las partes rechaza el papel de Víctima y se desentiende del “juego”.

Cuando el Perseguidor es una circunstancia, no hay una personalización pero sin duda la Víctima se toma las cosas de forma personal. “Todo me pasa a mí”, “estoy gafado”, “qué mala suerte tengo”, son frases que delatan a la Víctima de sus circunstancias. 

Prácticamente todos los Perseguidores son antiguas Víctimas, que temen más que nada el volver a serlo. Digamos que aplican eso de que la mejor defensa es un buen ataque… El Perseguidor al igual que la Víctima actúa desde el miedo, especialmente el miedo a perder el control, a no poder decidir por sí mismo, a no poder hacer lo que quiera, a que controlen hasta los detalles más pequeños de su vida. Así que para evitar que esto ocurra, intenta controlar él a los demás, imponiendo de forma radical y en ocasiones autoritaria sus opiniones, principios y creencias (de las más elevadas a las más básicas) a los demás. Para hacerlo, tiene que desacreditar las de los demás con la crítica nada constructiva, la burla y en general con el desprecio. 

Cuando estábamos todavía en el OD, andando el camino que nos acabaría sacando fuera, es probable que nos hayamos sentido, en algún momento al menos, perseguidos y maltratados, juzgados, rechazados, repudiados… Cuando salimos también. O que se nos impuso una forma de vivir y hacer las cosas con la que no estábamos de acuerdo pero que de alguna forma no pudimos hacer otra cosa que acatar (una oportunidad profesional que no se nos dejó aceptar, unos estudios que no se vio conveniente que hiciésemos, una visita a nuestra familia que no se autorizó, etc). Al salir, es fácil caer en la trampa del efecto péndulo, como decía Elena, e imponer nuestra voluntad hasta en lo más pequeño y por encima de las necesidades de todos los que tenemos a nuestro alrededor. Al habernos sentido Victimas de la falta de libertad, ahora nos empeñamos en hacer uso constante de ella, lo cual está bien, pero en ocasiones podemos incluso llegar a utilizarla como un modo de atacar al que fue nuestro Perseguidor: “que no me dejabais hacer esto?, pues ahora elijo hacerlo”. A lo mejor no siento la necesidad de hacerlo, o incluso me trae consecuencias poco deseables, pero lo hago porque me da la gana y que se fastidien. Me estoy colocando al hacerlo en el papel del Perseguidor y convirtiendo a las Institución en Victima haciendo lo contrario de lo que en ella se predica a propósito como una forma de  demostrarle que ya no tiene poder sobre mí. Nos empeñamos a veces en elegir hacer cosas que no nos hacen bien solo porque antes no podíamos hacerlas, o sencillamente porque son lo contrario de lo que se nos decía que hiciésemos. Como alternativa a esta reacción inconsciente del efecto péndulo, tenemos la opción de la respuesta consciente que nos lleva a ponderar la bondad de las cosas y a elegir conservarlas o descartarlas en función de dicha bondad solamente. 

En el polo opuesto a este nos colocamos cuando a pesar de estar desvinculados de la Institución nos empeñamos en seguir en el papel de sus Víctimas, al consentir que tenga influencia sobre lo que hacemos y la forma en la que vivimos nuestra vida ahora. Cuando consentimos que condicione lo que hacemos o dejamos de hacer porque nos dan miedo las consecuencias del ejercicio de su poder sobre nosotros, estamos perpetuándonos en nuestro papel de Víctimas. Quiero remarcar que la prudencia en el obrar no es lo mismo que el miedo. Cuando nos gustaría hacer una cosa y no la hacemos porque tenemos miedo de las represalias que la Institución pueda tomar con nosotros, nos estamos poniendo de nuevo en el papel de Víctima impotente y colocando al OD en el papel de Perseguidor poderoso que nos impone su voluntad (o no nos permite hacer la nuestra, que viene a ser lo mismo). Cuando por el conocimiento que tenemos de la Institución elegimos no hacer determinadas cosas que en otras circunstancias sí que haríamos, con la intención de que no imposibiliten la consecución de algún objetivo concreto de nuestra elección, entonces estamos siendo prudentes. En el primer caso le damos el poder a la Institución y en el segundo lo tenemos nosotros. Una Víctima con poder no es Víctima.

Cuando nos damos cuenta de que criticamos a menudo lo que hace o dice el OD como Institución o lo que hace alguien que nos conste que es del OD por el mero hecho de que lo es; cuando nos encontramos en la necesidad interior de dudar siempre y de antemano de las intenciones y de sospechar de lo que hace alguien que sabemos que es del OD; cuando criticamos de forma sistemática y destructiva todo lo que tiene la más mínima relación con el OD sin averiguar si quizás aquella cosa concreta puede ser acertada en esas circunstancias; cuando juzgamos con más severidad a una persona cuando sabemos que es miembro del OD; cuando somos más intransigentes con los que sabemos que son miembros de la Prelatura; cuando nos erigimos en jueces de sus acciones porque pretendemos acertar sus intenciones; cuando asumimos las razones que les mueven a actuar o a no hacerlo; etc, etc, etc, nos estamos colocando, aunque de forma inconsciente, en el papel de Perseguidores buscando una salida al dolor que sentimos en su día como Víctimas. La trampa está en que de esta forma solo reforzamos nuestro propio papel de Víctimas, porque lo volvemos a hacer presente, lo volvemos a actualizar cada vez que actuamos como Perseguidores del que consideramos nuestro antiguo Perseguidor. La única forma de salir de este círculo vicioso y destructivo es abandonar conscientemente el papel de Víctima y adoptar el papel de Creador de nuestra propia vida. Pero eso lo veremos en más detalle en una próxima publicación.


viernes, 14 de noviembre de 2014

No has perdido ningún tren



Isabel Sala



La sensación de haber perdido unos años preciosos de nuestra vida mientras estábamos en el Opus Dei es común a la mayoría de las personas que abandonan la Institución. Viene justo a continuación del darse cuenta de que hemos estado viviendo como en un mundo paralelo del que ahora hemos regresado para incorporarnos al mundo real, ese mundo en el que han estado viviendo todo el tiempo nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos y conocidos.

Una de las primeras cosas de las que nos damos cuenta es de que la gente de nuestra edad e incluso mucho más joven que nosotros, ha cubierto un montón de “objetivos vitales” que nosotros no hemos cubierto, que no sabemos en ocasiones qué hacer para cubrir, o que incluso no podríamos ya cubrir aunque supiésemos cómo hacerlo. Se genera entonces una sensación de “haber perdido el tren”, y la tentación de correr para alcanzarlo es muy grande. Nos metemos así a veces en batallas para las que no estamos preparados, tomamos decisiones precipitadas, poco maduradas, que nos traen consecuencias negativas y en ocasiones difícilmente reparables.

La precipitación nos hace además perdernos una parte de la información que es muy valiosa, porque sin ella no tenemos una visión completa del cuadro. Esa información, que si nos damos un poco de tiempo aflora aquí y allá, nos dice que hay muchas personas que ni siquiera han oído hablar del Opus Dei en su vida, y que sin embargo tampoco han cubierto determinados objetivos vitales… y son muy felices y se sienten muy realizados en sus vidas.

Si nos diésemos cuenta de esto, posiblemente nos preguntaríamos cosas como: ¿cuáles son los objetivos que se supone que uno debe cubrir para “ser normal” como aparente sinónimo de “ser feliz”?, ¿quién determina esos objetivos?, ¿quién decide a qué edad una persona debe tenerlos cubiertos?, ¿qué ocurre si alguien no los cubre?

Que la mayoría de las personas se emparejen, no significa que todos “deban” hacerlo. Que la mayoría de los seres humanos tenga hijos no significa que todos tengamos que tenerlos y el que no los tenga ha fracasado o no pueda sentirse realizado en su vida. Que la mayoría de la gente tenga una casa propia (o más bien propia y del banco…) no significa que el que no la tenga es menos que los demás. Etcétera, etcétera, etcétera. Hay mucha gente que elige no tener hijos, o que ha tenido pareja y le salió mal y hoy no quiere volver a tenerla, o que no ha querido meterse en una hipoteca sangrante y ha optado por vivir siempre de alquiler. Están en nuestra misma circunstancia y no tienen sensación alguna de haber perdido ningún tren. Porque no lo han perdido.

“Sí Isa” –posiblemente estás argumentando en tu mente a la vez que lees esto-, “pero lo que les diferencia de nosotros es que ellos lo han planeado así y nosotros no tuvimos opción de planearlo”. ¿En serio…? ¿Uno planea su vida y las cosas le salen siempre como ha planeado...? Tú no has perdido ningún tren, lo que ha pasado es que pensaste o planeaste que tu vida sería de una forma y ha resultado ser de otra.

La segunda pregunta del párrafo anterior era evidentemente retórica; la respuesta es NO: las cosas en la vida no salen siempre como uno las ha planeado (algunos dirían incluso que casi nunca salen como uno las ha planeado…). Ya lo dice el refrán castellano: “El hombre propone y Dios dispone”, o lo que viene a ser lo mismo “haz los planes que quieras pero considera que Dios tenga otros y que le gusten más los suyos”.

Por ejemplo: una buena amiga mía y su marido querían tener cuatro o cinco hijos, pero en el embarazo del primero ella estuvo a punto de morirse y los médicos le rogaron encarecidamente que no se volviese a quedar embarazada si no quería dejar a su hijo huérfano. Como querían tener más hijos iniciaron un proceso de adopción que no pudieron culminar por avatares varios de la vida, no porque no hiciesen todo lo posible por conseguirlo. Al final se separó de su marido y olvidó el tema de la adopción, con lo que se convirtió en madre-de-un-solo-hijo, que es exactamente lo que ella NO quería, porque tenía muy claro que quería que su hijo tuviese la experiencia de tener hermanos. Con el tiempo aceptó que estaba bien tener un solo hijo y estaba trabajando en cómo hacer que su hijo tuviese muy cerca a los primos para que en la medida de lo posible supliesen la ausencia de hermanos, cuando el padre de su hijo volvió a casarse y tuvo un niño, con lo que su hijo tenía ya un hermano…como ella quería. El hombre propone y Dios dispone.

¿Te has parado a pensar que el hacer lo mismo que los demás hacen y parecen felices con ello, no es garantía de que a nosotros nos vaya a ir igual de bien? Dar por supuesto que la vida habría sido más fácil, más feliz y más satisfactoria si nos hubiésemos casado, si hubiésemos fundado una familia, etc, es realmente mucho suponer y no se ajusta a la realidad. Es jugar a la bola de cristal con efecto retroactivo, porque no hay forma de saber cómo habría sido nuestra vida si en lugar de haber sido del Opus Dei no lo hubiésemos sido. Ni siquiera sabemos si a estas alturas la película de nuestra vida ya habría finalizado.

Al final, lo cierto es que Dios siempre dispone las cosas de la mejor forma para cada uno, aunque cada uno no sea siempre capaz de verlo. A veces el paso del tiempo nos regala pedacitos de información inesperada que nos ayudan a comprender por qué Dios dispuso que las cosas no fuesen como nosotros las habíamos planeado, pero muchas veces ni siquiera tenemos esa información. Y el que no entendamos que lo que nos pasa en la vida es para nuestro mayor bien, no quiere decir que no lo sea. Prueba a aumentar la escala de tu mapa y mirarlo desde más arriba; quizás veas mejor el dibujo.

Leí una vez esto: “Toda mi vida puede describirse en una sola frase: nada fue como yo lo había planeado. Y está bien que sea así…”. Me parece que describe muy bien como es la vida de la mayoría de las personas, independientemente de que hayan pertenecido al Opus Dei o no. Una de las claves para ser feliz en la vida es el saber adaptarse a las cosas que nos pasan y sacar lo mejor de ellas: es totalmente lícito hacer planes para nuestra vida, pero cuando las cosas no ocurren como las habíamos planeado, podemos enrabietarnos y sentirnos fracasados o frustrados por ello, o bien podemos aceptar lo que la vida nos trae y cambiar los planes que tenemos partiendo de nuestra realidad. La clave del éxito está muchas veces en saber adaptarse, en ser flexible, en no aferrarse a ideas preconcebidas que con frecuencia ni siquiera han sido preconcebidas por nosotros mismos.

Confía en que el momento en el que te encuentras, desde una perspectiva global de tu vida, es el más adecuado para ti. Desde ese punto de partida, mira a tu alrededor. ¿Qué he aprendido en el camino?, ¿por qué he llegado hasta aquí?, ¿ qué tiene de bueno la situación en la que me encuentro?, partiendo de mi situación real actual ¿qué planes quiero hacer para mi vida?, ¿qué pequeños pasos tengo que empezar a dar para hacer esos planes realidad?

Lo que tienes ahora, en este momento, es lo único real. Con lo que es real puedes trabajar, puedes cambiarlo, puedes utilizarlo para conseguir otra cosa. Lo que podría haber sido es absolutamente irreal, no hay forma garantizar que las cosas habrían salido como tú lo imaginas. No pierdas el tiempo dando vueltas a lo que teóricamente podría haber sido y no fue, no te llevará a ningún lugar en el que ser feliz.

El momento presente es un regalo inmenso que encierra una gran potencialidad y eres TÚ el pintor que está de pie delante del lienzo en blanco de la vida que te queda por vivir. Mira qué colores tienes en tu paleta y que has ido adquiriendo a lo largo del camino; piensa en qué otros colores es posible conseguir y consíguelos, y con todos ellos disfruta cada momento pintando el mejor cuadro que seas capaz de pintar. Si la vida te ha dado muchos tonos de azul quizás lo suyo sería pintar una escena marina en lugar de empeñarse en pintar los campos de trigo llenos de amapolas en primavera… Y sobre todo, ¿quién ha dicho que un paisaje de campos de trigo con amapolas tiene que ser mejor o más bonito que otro del Mediterráneo de azules infinitos?


No has perdido ningún tren. Lo que pasa es que tomaste un tren planeando ir a Grecia cuando la mayoría de tus amigos tomaron un vuelo para Egipto. Luego decidiste bajarte y resulta que estabas en Suiza... Si empleas tu tiempo en lamentar que quizás ya nunca puedas ver las pirámides cuando todos tus amigos las han visto, no podrás disfrutar de las pistas de esquí en los Alpes. Además, ¿quién sabe...?, Suiza tiene aeropuertos internacionales…

jueves, 13 de noviembre de 2014

El momento presente



Isabel Sala

Cuando se sale del Opus Dei, la sensación inicial es con frecuencia semejante a la de haber estado viviendo en un mundo paralelo que en ocasiones poco tiene que ver con el mundo real en el que estamos ahora. Los motivos por los que cada cual ha dejado la Institución o ha sido dejado por ella son muchos y variados. Siempre hay una o unas causas concretas que nos empujan a dar ese paso hacia afuera, pero una vez estamos fuera, empezamos a ver toda la experiencia Opus Dei con otra luz y otra perspectiva. Empezamos a darnos cuenta de cosas que estando dentro ni nos habíamos cuestionado, escuchamos las experiencias de otras personas que también pasaron por nuestro mismo proceso y la luz de lo que ellos cuentan nos hace más conscientes de muchos aspectos de nuestra propia experiencia en los que no habíamos caído.

Empezamos a entender muchas cosas, encontramos respuestas claras a preguntas nunca formuladas de forma consciente pero que nos pesaban en el subconsciente. El paso del tiempo y la mayor perspectiva sobre los acontecimientos que lleva asociada, nos hacen ver con frecuencia nuestros años e el Opus Dei como una pérdida de tiempo, como algo improductivo, o incluso como algo equivocado. Algo que nos gustaría borrar del libro de nuestra vida, o cambiarlo y modificarlo de acuerdo al conocimiento que tenemos hoy. Errores que cometimos, contestaciones que no dimos, firmeza que no mostramos…

La tentación de mirar hacia atrás con frecuencia es grande. Y mirar hacia atrás es bueno e incluso necesario para comprender lo que ha pasado, porqué ha pasado, qué hicimos o no hicimos de forma adecuada y qué consecuencias ha tenido en nuestra vida; es decir, para aprender. Pero fuera de eso, el entretenerse en los más mínimos detalles de los atropellos sufridos o producidos por nosotros y en cómo las cosas podrían haber sido distintas si hubiésemos actuado de forma diferente, no lleva a ningún lado mental y/o emocionalmente saludable.

El pasado no existe salvo cuando lo hacemos presente en nuestra mente. No existe; ya no. Pero la mente es capaz de rememorar las cosas vividas de forma tan fidedigna que nos da a veces la sensación de que es real. Volvemos a sentir las emociones que sentimos en el momento rememorado, recordamos la música que sonaba, cómo olía, cómo íbamos vestidos… Tenemos sensación de realidad, pero en verdad eso que rememoramos solo existe en nuestra mente. Y como no es real, no podemos cambiarlo. Podemos no repetirlo, pero no cambiar lo que hicimos; incluso si lo hicimos ayer.

El futuro tampoco existe, eso resulta más evidente. El futuro será en función de lo que hagamos ahora, cada día, cuando ese día sea presente. El futuro está abierto a infinidad de posibilidades, y está en tu mano tomar las decisiones que te acerquen en ese futuro al que quieres llegar. Por eso, una vez aprendidas las lecciones del pasado, es necesario dejarlo ir y poner el foco de la atención en el momento presente, que es el lugar en el que ocurre la vida y el momento en el que tenemos capacidad real de actuar, de ser creativos, de llevar las riendas y dirigir nuestra vida hacia donde queremos que vaya.

Si necesitas algo que te motive para actuar en el momento presente, mira hacia el futuro que quieres construir. El futuro es la referencia que me va diciendo si los pasos que voy dando en el presente son los adecuados o no: si me acercan a lo que quiero en mi futuro son adecuados y si me alejan no lo son. O también puede ocurrir que en un momento dado decidamos cambiar el diseño de nuestro futuro y entonces los pasos a dar para alcanzarlo tendrán que ser diferentes a los que inicialmente habíamos planeado y/o veníamos dando… Pero el futuro no pasa de ser en ningún caso una referencia. La calidad de tu vida te la juegas en el presente. Y lo bueno de esto es que en el momento que te das cuenta de que algo “ha salido mal” o no funciona como tú crees que debería, siempre tienes un nuevo momento-presente recién estrenado en el que puedes actuar y enmendar o corregir lo que te parezca que debe ser enmendado o corregido.

En el momento presente eres muy poderoso, tienes la capacidad de hacer, de actuar, de cambiar las cosas. Así que puedes emplear un tiempo precioso dándole vueltas a algo que ya no existe y que por lo tanto no tienes poder alguno para modificarlo, o puedes emplear esas mismas energías en construir la vida que quieres  vivir. Está en tus manos elegir y abrazar las consecuencias que de ello se deriven. Ahora eres libre.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

El Triángulo Dramático (III)

Isabel Sala


En las anteriores publicaciones, Elena nos explicó en qué consiste el Triángulo Dramático, que está formado por una serie roles y los patrones de comportamiento que estos roles llevan asociados, y que todos adoptamos de forma inconsciente cuando interactuamos con los demás desde una orientación victimista. Dadas las implicaciones que esa dinámica tiene en nuestra calidad de vida (a peor…), en las siguientes publicaciones vamos a profundizar en ella con la idea de que aprendas a identificarla en tu día a día, como paso previo y necesario a deshacerte de ella o a disminuir lo más posible su intensidad o la frecuencia con que adoptas cada uno de esos roles.

El Triángulo Dramático (en adelante TD), lo conforman como vimos tres roles, que la persona adopta alternativamente. El papel central es el de la Víctima, que es el que adoptamos cuando sentimos como si otras personas o situaciones estuviesen actuando sobre nosotros y no tuviésemos capacidad para hacer nada al respecto más que sufrirlas. A veces da la sensación de que somos atacados y otras se trata de una adversidad. Puede percibirse como un menosprecio, o como un maltrato, o incluso como una pérdida de control sobre lo que nos pasa. El segundo papel es el del Perseguidor, que es el que se percibe como la causa –persona, condición o circunstancia- de las calamidades que ocurren a la Víctima. Y por último el Salvador, que es el que interviene en favor de la Víctima y la libera del daño que le causa el Perseguidor.

Todos jugamos estos roles de forma más o menos intensa y frecuente en nuestro día a día, y el hacer el esfuerzo por identificar y entender los patrones de comportamiento que en nuestro caso concreto llevan asociados, es el primer paso para conseguir romper este ciclo de victimismo. Con la idea de ayudarte en este esfuerzo, en sucesivas publicaciones vamos a describir con más detalle cada uno de los papeles o roles, para que te sea más fácil seguirles la pista.

Profundizando el papel de Víctima:

La víctima puede estar a la defensiva, ser sumisa, excesivamente servicial o acomodaticia a los deseos de otros, adoptar una actitud pasivo-agresiva en los conflictos, depender de otros para tener sensación de la propia valía, ser extra susceptible, o incluso manipuladora. Está con frecuencia enfadada, o resentida, o envidiosa. No reconoce su propio valor y/o se siente avergonzada de sus circunstancias.

Si te das cuenta, el ser sumiso, rendir la voluntad hasta en lo más pequeño, vivir el espíritu de servicio hasta el extremo de ser alfombra donde pisen nuestros hermanos, rendir el gusto propio ante el gusto de los demás, son aspectos en los que se insiste hasta la saciedad en el Opus Dei, hasta el punto de que mucha gente cuando sale no sabe qué cosas le gustan, por ejemplo. Del mismo modo que estas son características de la Víctima, cuando se promueve intensamente esa forma de actuar en una persona, ésta se acaba sintiendo una Víctima y genera un resentimiento y un enfado más o menos intensos hacia lo que identifica como su Perseguidor, en este caso claramente el Opus Dei. No es infrecuente, seguro que recuerdas muchos casos concretos en algunos de los cuales posiblemente eras tú la o él protagonista, en los que te has sentido Víctima y has reaccionado colocándote de forma sistemática a la defensiva, has adoptado actitudes pasivo-agresivas en tu relación con los Directores (Perseguidores), o te has vuelto muy susceptible ante todo lo que se te decía. También es fácil que después de muchos años en la institución te cueste ser consciente de todo tu valor personal y que te sientas avergonzado de alguna forma por haber estado tanto tiempo creyéndote una forma de vida de la que ahora te sientes tan ajeno.

Todas las Víctimas han experimentado una pérdida –un deseo o aspiración frustrada- incluso si no son conscientes de ello. Puede tratarse de una pérdida de libertad, o de salud, o del sentido de seguridad mínimamente necesario. Puede tratarse de una pérdida de identidad o incluso de “realidad”, como ocurre cuando una creencia sobre la que basábamos nuestra vida de repente se hace añicos.

Cuando se ha estado construyendo la vida sobre unos cimientos que se asumían sólidos e inquebrantables y un día se da uno cuenta de que no solo no lo eran, sino que se han venido abajo de forma estrepitosa, la sensación inicial es la de que nuestra realidad se desmorona. Por eso al dejar el Opus Dei es importante (cuantos más años pasados dentro, más importante) tomarse un tiempo para entender lo que ha pasado, de los cimientos destrozados recuperar lo que nos pueda servir o queramos conservar y minimizar de esta forma el sentido de pérdida para no caer en el victimismo.

La Víctima siente que ha perdido el control, cree que la vida no puede cambiar a mejor. Adoptando esa postura uno se siente impotente, indefenso, desamparado, sin esperanza y a merced de fuerzas “ocultas”. La Víctima reacciona ante esto con frecuencia con depresión o vergüenza; siente pena de sí misma.

Cuando al dejar el Opus Dei no nos damos un tiempo prudencial para evaluar la situación real que tenemos después del terremoto que acaba de sacudir nuestra vida, cuando nos precipitamos a tomar decisiones acerca de aspectos importantes e incluso trascendentes de nuestra vida sin tener claro lo que ha pasado, porqué ha pasado y la situación real en la que nos encontramos, es bastante probable que tomemos decisiones equivocadas que traerán irremediablemente consecuencias indeseadas. Al haber sido adoctrinados durante muchos años en la idea del rejalgar que nos esperaba si dejábamos la barca del Opus Dei, es probable que identifiquemos esas consecuencias indeseadas con dicho rejalgar haciendo realidad la maldita profecía, cuando en realidad esas consecuencias están con frecuencia vinculadas a las decisiones que tomamos después de salir. Entonces nos sentiremos indefensos, impotentes, sin esperanza de que las cosas puedan ir a mejor y a merced de fuerzas ocultas. Víctimas de nuestra traición al Opus Dei aunque en ocasiones nos neguemos a admitirlo de forma directa especialmente de cara a los demás. Las cosas no son fáciles al salir del Opus Dei especialmente cuando hemos pasado muchos años dentro en labores internas, como sacerdotes, etc, pero si adoptamos el papel de Víctimas de la institución solo las haremos más difíciles.

La identidad de la Víctima es la de “pobre de mí”. Esa forma de verse a sí mismo y a su experiencia vital, determina cómo se relaciona con los demás y con el mundo. El victimismo esconde de hecho una considerable cantidad de ego.

Los sentimientos que tiene la Víctima están basados en el miedo y producen ansiedad de varios tipos. Cuando el ser humano siente miedo está programado para reaccionar ante él, y lo hace de forma instintiva bien peleando, huyendo, o quedándose paralizado. Cuando está paralizado por el miedo se para y no hace nada que le acerque o le aleje de la causa de su miedo. Evita la responsabilidad porque piensa que su experiencia vital está más allá de su control. Por eso el aceptar la responsabilidad sobre la propia experiencia vital, como explicaba Elena en la segunda entrega del Triángulo Dramático, es un paso decisivo para abandonar el papel de Víctima.

Cuando adoptamos la posición de Víctima, estamos hiper-vigilantes, siempre anticipando (o intentándolo) el siguiente episodio de sufrimiento que tendremos que afrontar. Todo lo que vemos en la vida son problemas y más problemas, y esos problemas –bien sean personas o circunstancias- se convierten en nuestros Perseguidores, los causantes de nuestra miseria, que siempre tiene de esta forma su origen en causas externas a nosotros.

En el caso de los que hemos pertenecido al Opus Dei durante más o menos años de nuestra vida, esa hiper-vigilancia y ese estar siempre preparados para el siguiente golpe que se nos va a asestar, es algo que con frecuencia se queda enquistado y es costoso deshacerse de ello. Una de las formas que adopta, que no la única, es la del miedo al Perseguidor, al que identificamos con la Obra, y del que estamos constantemente esperando golpes bajos. Nos sentimos, incluso estando completamente desvinculados de la institución, Víctimas de sus malas artes, de su largo brazo, de su red de poder y manipulación. No nos atrevemos a decir públicamente nada en su contra a menos que sea desde detrás de un pseudónimo, no nos atrevemos a apoyar ninguna causa que al Opus Dei le pueda ser incómoda aunque a nosotros nos pueda parecer una cuestión de la más básica justicia, etc… Encontramos mil y una razones, todas ciertas, lícitas y respetables, que justifican el que no lo hagamos. Pero de hecho no lo hacemos por alguna clase de miedo a la Institución de la que aún nos sentimos Víctimas (miedo a disgustar a algún miembro de nuestra familia o amigo, miedo/vergüenza a que se sepa que hemos pertenecido al Opus Dei, miedo a que nos suponga algún problema en el trabajo, miedo a que nos limite nuestra capacidad de acción, miedo a que el Opus Dei nos pueda causar algún mal indefinido pero que damos como cierto o al menos muy probable). Y en el caso concreto que nos ocupa, el peligro es muchas veces real (otras solo fruto de nuestra imaginación), pero el miedo es opcional.

Quiero aclarar que el miedo de cada persona es digno del mayor de los respetos y no se trata en absoluto de juzgarlo ni de empujar a nadie a que actúe en contra de su corazón, sino de que cada uno sea consciente de él (incluso aunque de momento no lo reconozca ante los demás). Porque ese miedo, disfrazado de lo que se quiera con tal de que parezca algo más dignamente aceptable, es un miedo no reconocido y por lo tanto no asumido, que nos coloca de hecho en el papel de Víctima y desde ese papel nos relacionamos con el mundo y en concreto con la Institución de una manera concreta, que va a tener consecuencias específicas. Consecuencias cuya responsabilidad es conveniente que en algún momento asumamos, como hemos visto anteriormente.


Cada persona sigue un camino que es el suyo y se merece todo nuestro respeto. Pero para cada persona es importante ser consciente de cómo está andando ese camino, si con libertad o con miedo. El miedo siempre resta libertad, y el saber aunque sea de forma inconsciente que realmente tenemos miedo nos posiciona inmediatamente en el rol de la Víctima: pobre de mí, que tengo un claro Perseguidor como causa externa de mis desgracias o infortunios, contra el que no puedo hacer nada porque es todopoderoso, que no me permite mejorar mis circunstancias vitales o no me permite tener la vida que yo querría tener porque me da miedo lo que pueda hacerme si lo intento. Es decir, que no me dejaba ser libre cuando estaba dentro y tampoco ahora que estoy fuera. Pobre de mí.

Identificar este rol en nuestra vida es el primer y más importante paso para elegir no interpretarlo.

lunes, 10 de noviembre de 2014

El Triángulo Dramático (II)

Elena Longo


El “Perseguidor”

Ya dije que puede pasar que el rol de Victima esconda un Perseguidor (no puede pasar lo contrario). Aunque esta afirmación pueda parecer paradójica, se llega a entender muy fácilmente si pensamos en estas personas que todos hemos conocido que, a fuerza de declararse víctimas de determinadas circunstancias o personas, acaban por volverse auténticos perseguidores para los que conviven con ellos.

La auténtica Víctima es la que no tiene autoestima. La que en cambio se disfraza de Víctima para ser un Perseguidor más eficaz sí tiene autoestima, y menosprecia a los que mete en situación de parecer perseguidores.

El Perseguidor es vengativo, no aprueba nunca lo que hacen los demás, para él las normas, las reglas, los principios, las leyes, las costumbres,... siempre son más importante de las personas concretas, y siempre se siente en el derecho de juzgar y condenar a los demás y a sus actuaciones. ¿Os suena?

Es necesario, antes que nada, tomar consciencia de que nadie puede asumir el papel de juzgarnos, así como nosotros no tenemos el derecho de juzgar a los demás. Hay que aprender a no dejar entrar dentro de nosotros el juicio de los demás, y si ya entró aprender poco a poco a echarlo fuera. Puede ser un trabajo interior largo y algo dificultoso, que tarde años en realizarse, pero al menos tenemos que saber que esta es nuestra meta: llegar a tener nuestro centro “dentro”, y no “fuera”, de nosotros mismos. Los demás pueden entrar dentro de nosotros mismos, de nuestra intimidad, sólo con nuestra autorización.

Hay dos riesgos concretos: ser Víctima de un Perseguidor, o en cambio ser un Perseguidor. Y aunque para una persona que acaba de salir del Opus Dei parece más probable el primer riesgo, en realidad es muy posible que, aunque se rechace ahora la Institución y el tiempo que vivimos dentro, se siga interiormente –y a menudo también exteriormente- con una actitud de juicio, de acatamiento a normas y criterios, de condena hacia quien no piensa y/o no actúa según principios que interiorizamos y que aún no hemos llegado a cribar con sentido crítico y madurez humana.

Yo he encontrado bastantes “ex” que, aún ya fuera del Opus Dei y quizá criticándolo duramente, siguen con muchos tics típicos de la institución: en la forma de decorar sus casas, de vivir su religión, de vestirse y de organizar sus jornadas, etc... Puede ser bastante difícil convivir con una persona que no “acabó de salir”, y de hecho de alguna forma esta persona se vuelve un Perseguidor para su prójimo, porque minusvalora y desprecia actuaciones, sentimientos y formas de ser que sigue considerando como “poco sobrenaturales” o faltos de “tono humano”, por ejemplo.

Como ya dije anteriormente, hablando de los riesgos al actuar como Víctima, tampoco se trata de hacer todo lo contrario, como forma de reaccionar a un mundo al que nos hemos rebelado: seguir actuando y juzgando como siempre hemos hechos, y rebelarnos en bloque a todas estas formas de actuar y de juzgar, son las dos caras de la misma moneda. “Reacción”, como digo, es decir: una respuesta a empujes que  nos llegan de nuestro exterior, y no “actuación”, es decir, una acción que brota de nuestro ser profundo y auténtico, de nuestra libertad. Y en estas actuaciones habrá quizá cosas que aprendimos en nuestra familia de origen y que encontramos codificadas en la Obra y que siguen siendo válidas para nosotros, otras que igualmente nos propusieron en uno, u otro, o ambos ambientes y que ya rechazamos, y otras aún que no aprendimos en el pasado y que ahora aprendemos a valorar y deseamos realizar. Pero si lo que decidimos seguir considerando válido en nuestra vida no llega desde el exterior, sino desde nuestra libertad interior, nunca vamos a obligar a los demás a cumplirlo como un verdadero Perseguidor. Como ya apunté, la actitud que nos puede volver un Perseguidor, aunque disfrazado, es la de pensar que la nuestra es la única forma de actuar, opinar, o juzgar correcta, despreciando, aunque sólo implícitamente, la libertad de los demás.

El “Salvador”

El Salvador, como el Perseguidor, infravalora a la Víctima, pero mientras el Perseguidor se aprovecha de su debilidad para hacerla sufrir y triunfar sobre ella, el Salvador interviene en las vidas de los demás  para sentirse superior, y porque piensa que cada cual no tiene capacidad de pensar y actuar por si mismo. Al lado de un Salvador, las personas nunca se vuelven mayores y autónomas, a menos que consigan romper las reglas del juego del Triangulo dramático.

También en el caso del Salvador, encontramos ejemplos muy concretos en nuestra experiencia si pensamos en esas personas que siempre tienen en sus labios la frase “Lo hago por tu bien”, sobreentendiendo que conocen nuestro bien mejor que nosotros.

Como es fácil darse cuenta, ni la Víctima, ni el Perseguidor, ni el Salvador son posiciones sanas, ni una es mejor o peor de otra. En los tres casos, se actúa y se orienta la propia existencia no haciéndose responsable de si mismo, sino vertiendo hacia fuera de nosotros nuestra energía vital. También es importante darse cuenta de que los demás pueden actuar con nosotros como Victima, Perseguidor o Salvador solo si nosotros les damos el permiso, aunque tan solo de forma implícita. Más aún: la mayoría de las veces que otros actúan con nosotros según alguno de los tres roles, muy probablemente es porque nosotros los hemos atraídos actuando con el rol complementario.

Como dejar de jugar en el Triangulo dramático

Es importante tener en cuenta que las personas que juegan con el Triángulo dramático nunca adoptan un único rol: se pasan de uno al otro según las circunstancias, por esta razón es importante ser consciente de los tres mecanismos.

Para salir de esta situación, antes que nada, hay que experimentar y aprender que las decisiones de cambio y mejoría de los demás no dependen de nosotros, que el único ámbito de libertad y responsabilidad es la vida personal. Esto no quiere decir vivir de forma egoísta y desentendiéndose de los demás, sino estar abiertos a la ayuda y a la solidaridad, pero solo cuando estas son solicitadas y requeridas por los interesados, y dejando que las personas sean fundamentalmente libres –exteriormente y más aún interiormente- de aceptar o de rechazar nuestra ayuda por no considerarla idónea a su situación.

No es cierto que cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de “salvar” al mundo o a las personas. Ya pasó el tiempo de hacer cruzadas. Una de las pocas cosas que siguen gustándome de Camino es la frase inicial del p.1 “Que tu vida no sea una vida estéril...”, es el “transire benefaciendo” que nos recordaban a menudo. Pero esto no a costa de las personas, no machacándoles “por su bien” (perdón por el abuso de comillas). Nuestra responsabilidad principal es vivir bien, lo mejor posible, nuestra vida personal, y de esta forma mejorar un poco el mundo en el que vivimos, y estar abiertos a ayudar, si está en nuestras manos, a los que nos piden ayuda. Si todos viviesen con esta actitud, aunque muy poco a poco, el mundo realmente mejoraría. Si en cambio todos luchasen para convencer a los demás de que deben vivir como a ellos les parece acertado, el mundo se volvería un gran campo de batalla.

Se aprende mucho más por pruebas y errores que escarmentando en cabeza ajena.


¡Feliz aprendizaje para todos!

sábado, 8 de noviembre de 2014

Elegir una actitud positiva



Isabel Sala


Imagina que una persona llamada Thú, sale de su casa un día cualquiera y se dirige a su lugar de trabajo en una oficina. El día es bonito, hace un sol brillante y una temperatura perfecta. Justo antes de entrar en la oficina, una persona a la que Thú no conoce, se acerca y sin mediar palabra le regala un cactus en una pequeña maceta. Uno de esos llenos de pinchos por todas partes. ¿Qué puede hacer Thú con ese cactus?

Después de la inicial sorpresa ante el inesperado regalo, puede elegir hacer muchas cosas, se me ocurre que para empezar puede o bien decir algo así como "ya estamos, ha tenido que venir el loco de turno a darme el cactus a mí. ¿Es que tengo cara de tonto? Siempre me dan a mí todos los cactus...". O también podría decir "Gracias! La verdad es que los cactus no son mis plantas favoritas, pero te agradezco el detalle, a ver qué puedo hacer con él"

Una vez encajado el inesperado e incómodo presente, Thú se dirigiría a su lugar de trabajo sin más dilación. Enchufaría posiblemente el ordenador, y mientras este cargaba todo el sistema operativo, Thú decidiría qué hacer con el cactus. Se me ocurre que podría por ejemplo elegir tirarlo directamente a la papelera; o podría agarrarlo con el mayor cuidado para pincharse lo menos posible, y colocarlo en algún lugar donde nadie corriese el riesgo de hacerse daño al rozarlo pero a la vez pudiese observarlo y quedarse con la parte estéticamente bonita que tiene; y por supuesto también podría decidir poner la maceta sobre el asiento de su silla y sentarse encima.

Pero no acaba aquí la cosa... Después de notar los terribles pinchazos del cactus al sentarse, Thú podría darse cuenta de que la decisión de colocar el cactus en el asiento de su silla no ha sido acertada y elegir agarrarlo y ponerlo en lugar seguro; pero también podría quedarse sentado sobre la silla durante 5 horas seguidas, sin levantarse, quejándose, sintiéndose una víctima y maldiciendo al chalado que le regaló el maldito cactus antes de que entrase en la oficina "Con el día tan bonito que hacía y lo contento que estaba yo...!". 

Sí, la historia parece tonta, pero piensa ahora en cuántas veces una situación poco agradable que te ocurre de la forma más inesperada te ha amargado el día. Cuántas veces te has enganchado en tu dolor y has dejado pasar una increíble cantidad de tiempo dando vueltas a las ofensas recibidas, quejándote de tu mala suerte, sintiéndote una víctima, en lugar de hacer algo concreto y eficaz para dejar de sentir ese dolor. 

Es una cuestión de actitud, y la actitud que adoptas en cada momento de cada día, está en tu mano elegirla. Una situación complicada puedes llamarla "problema" o "reto", puedes intentar pasarla por debajo arriesgándote a que te aplaste con su peso o pasarla por encima, puedes sentirte una víctima o sentirte agradecido por una nueva oportunidad para aprender.  

Por supuesto si el chalado le hubiese regalado a Thú un tulipán, no habría nunca sido tildado de chalado en primer lugar, y además todo habría sido más fácil. Pero en la vida hay cactus y tulipanes, y no tenemos el control sobre lo que nos van a regalar cada día, pero sí tenemos la capacidad de decidir en cada momento qué hacer, cómo responder, a lo que la vida nos regala.

Tu vida en tus manos



Isabel Sala

El tomar responsabilidad por las cosas que nos ocurren es de capital importancia en la reconstrucción de nuestra vida. 

Al reconocernos responsables, nos reconocemos como agente que produce resultados, y por lo tanto que tiene la capacidad de producirlos en un sentido o en otro.

No importa lo que ha ocurrido en el pasado, importa que aquí y ahora tienes todo el poder en tus manos para hacer de tu vida la vida que quieres vivir.

Enhorabuena!! 

La disculpa no recibida




Isabel Sala

Muchas de las personas que han dejado el Opus Dei, tienen un dolor más o menos grande porque se sienten estafadas, maltratadas, ignoradas por la Institución. No tanto por personas concretas, a las que generalmente se comprende e incluso se disculpa, sino por la Institución en sí misma. Hay por lo tanto una necesidad o deseo de que “alguien” en nombre de la Institución al menos se disculpe. Nada grandilocuente, un simple “lo sentimos mucho” quizás bastaría. Pero no lo hacen, lo cual con frecuencia genera más dolor y considerables dosis de frustración.

Hace un par de días estaba leyendo una novela en inglés en la que uno de los personajes le decía a otro más o menos esa frase que puedes leer en la foto. “La vida se vuelve mucho más fácil cuando aprendes a aceptar la disculpa que nunca recibiste”. Me pareció que era muy cierto y he querido compartirlo con vosotros.

Cuando hacemos depender nuestro bienestar, nuestra reconstrucción, nuestro perdón, de algo que tiene que hacer un tercero, estamos renunciando a una parte de nuestra libertad. Sencillamente porque no está en nuestra mano el hacer que esa persona o institución cumpla la condición que le hemos impuesto, no importa cómo se lo pidamos o los argumentos quizás de mucho peso que empleemos. No podemos cambiar a los demás, solo podemos cambiarnos cada uno a nosotros mismos. No podemos forzar a los demás a que tomen decisiones, pero podemos tomarlas nosotros.

¿Qué ocurrirá si hacemos depender nuestras acciones de condiciones que otros deben cumplir pero no cumplen? ¿No podremos cerrar esa página de nuestra vida?, ¿no podremos sanar esa herida que se nos ha hecho?, ¿no podremos seguir andando nuestro camino en paz porque no podremos perdonar?, ¿quedará nuestra vida hipotecada sobre la decisión de otros? ¿Nos estamos poniendo voluntariamente en sus manos…..? Es como encerrarse en una jaula y darle la llave a otro. ¿Es eso lo que quieres?

Los pasos que damos en nuestra vida deben basarse en nuestras propias decisiones. Las condiciones que ponemos para poder dar esos pasos y tomar esas decisiones, deben depender de nosotros, no de otros. Solo así podremos vivir la vida que queremos y como queremos, y no como quieren los demás que lo hagamos. Cuanto menos dependas de las acciones de otros para tomar las decisiones de tu vida, más libre serás, y por lo tanto también más feliz.

Acepta esa disculpa que nunca te dieron y sigue andando como si te la hubiesen dado. Quizás algún día lo hagan… Pero ese día tú estarás ya muy lejos y es fácil que ni siquiera la necesites.

Tu camino


Isabel Sala

Mientras pertenecimos al Opus Dei, nos repitieron infinidad de veces que el que abandona su vocación se condena porque no está siendo fiel a Dios, porque está errando el camino, "su camino", el camino al que Dios le ha llamado. 

Y lo repiten infinidad de veces para conseguir que esa idea nos cale hasta el subconsciente, porque una vez que está ahí no tenemos ningún control sobre ella. Más bien es ella la que nos controla a nosotros, y de forma silenciosa y desapercibida nos va minando la alegría al generar en nosotros, cada vez que nos cuestionamos siquiera de forma tangencial nuestra "vocación", una sensación de fracaso que en nada ayuda a la buena salud de nuestra autoestima. Y de esto se derivan una enorme cantidad de cosas, ninguna de ellas positiva.

Uno de los peligros cuando alguien deja el Opus Dei, es que no sepa reconocer y por lo tanto no pueda deshacerse de esta creencia errónea. Así que la enuncio de forma explícita:

El camino que una persona anda en esta vida, empieza cuando nace y termina cuando muere. Y Dios nos llama, y espera una respuesta por nuestra parte, en cada momento de ese camino. Nuestro paso por el Opus Dei ha sido por lo tanto una etapa más o menos prolongada de nuestro camino. Pero en ningún caso es EL camino. Por lo tanto al dejar el Opus Dei NO estamos dejando ningún camino.

El camino tiene muchos recodos, atraviesa muy distintos paisajes, y de cada uno de ellos podemos aprender y conservar algo bueno. Pero si hay algo que hace que un paisaje sea sin duda mejor que otro es el grado de libertad que disfrutamos cuando lo atravesamos y el amor con que lo vivimos.

Ahora eres libre; ama mucho. Y ten paz, porque estás exactamente donde tienes que estar.

lunes, 3 de noviembre de 2014

El Triángulo Dramático (I)

por Elena Longo


Hay una teoría psicológica que nos puede proporcionar algunas reflexiones útiles en nuestra situación de personas que acaban de salir de una institución totalizadora como el Opus Dei.

Antes de exponerla, creo que puede ser útil pararnos para hacer unas consideraciones: cuando hablamos de “teoría” hablamos de un “modelo de la realidad”, no de la realidad misma. Por esta razón habrá unos aspectos de la realidad que se escapan de este modelo. Esto no quiere decir que la teoría que estamos utilizando sea equivocada, sino que es más o menos útil para manejar nuestra realidad: este es su límite y su valor.

Como ninguna teoría llega a comprender toda la realidad, es posible utilizar en nuestra labor de reconstrucción varias teorías, según el trabajo que vemos más urgente realizar sobre nosotros mismos.

El Analisis Transaccional (AT) es una teoría psicológica enunciada por Eric Berne, que fija su atención sobre las relaciones interpersonales más que sobre la interioridad personal. Esta teoría describe entre otras cosas una forma de vivir e interpretar nuestras vivencias, que es interpretando unos papeles o roles concretos que quedan muy bien descritos por el llamado Triángulo Dramático:



 



 En muchas relaciones disfuncionales se actúa según estos papeles, que pueden ser interpretados indistintamente por una misma persona según la situación en la que se encuentra.

La “Víctima”

En los post recientes se ha hecho repetidamente alusión a la importancia de hacernos responsables de nuestra vida. Es muy importante entrar en esta óptica, porque también podemos interpretar nuestro paso por el Opus Dei como el resultado de una violencia que nos ha sido perpetrada.

Esta circunstancia puede ser cierta, pues la mayoría hemos sido captados en edad temprana, con insistencia hasta el acoso, quitándonos o al menos menguándonos la libertad interior con argumentos de autoridad y empujándonos a no buscar consejo y orientación en nuestros padres o en personas ajenas a la Institución.

Esto es cierto, digo, pero el asumir este enfoque no nos ayuda en absoluto a la hora de sanar el daño que nos ha causado esa coacción.

Por otro lado es también cierto que siempre tenemos la posibilidad de dejar de actuar como víctimas y empezar a actuar como dueños de nuestra existencia, sean cuales fueran nuestras circunstancias exteriores. Si no fuera así, no estaríamos aquí, ya fuera, intentando reconstruirnos de la forma mejor.

Ser Víctima solo es posible cuando nos minusvaloramos a nosotros mismos. Es importante darse cuenta de que no puede haber ni Perseguidor ni Salvador si no hay alguien dispuesto a hacer de Víctima. Dicho de otra forma: está  en tu poder, en cuanto tomas consciencia de obrar según un papel de Víctima, dejar de jugar este papel y cambiar las cartas sobre la mesa.

Una Víctima actúa porque sufre una violencia desde su exterior. En cualquier momento podemos decidir dejar de actuar según los empujes exteriores y empezar a actuar según nuestra consciencia y nuestras más hondas y auténticas necesidades.

Lo que nos impide salir del papel de Víctima es precisamente el no tener consciencia de estar interpretando este papel que hemos asumido. Cuando nos damos cuenta, se abre una posibilidad concreta de dejar de actuar así. La consciencia de sí mismo, la atención dirigida al presente y a la actuación concreta que protagonizamos en el momento presente, es la clave para salir de cualquier actitud disfuncional que nos afecte.

En este momento puede haber varios riesgos:

1. El primero sería dejar de actuar como hasta ahora para hacer todo lo contrario de lo que nuestro Perseguidor nos impone: volvernos unos rebeldes. Aparentemente esto es un cambio, pero en el fondo nada cambia: nuestras acciones siguen siendo condicionadas desde el exterior, y seguimos no haciendo lo que nace del centro de nuestro ser, sino empujados por estímulos externos. Seguimos no “actuando”, sino “reaccionando”, aunque nuestra reacción sea de signo contrario a la actuación anterior. Nuestra atmósfera interior se queda amargada y resentida, seguimos dejando toda la responsabilidad de lo que hemos vivido sobre quien nos ha engañado y esto nos impide empoderarnos de nuestra existencia.

2. El segundo riesgo es pasar a actuar como un Perseguidor. Esta forma de actuar puede ser muy sutil y, por esta razón, pasar totalmente desapercibida. Hay una forma de ser Víctima que es un disfraz del Perseguidor: cuando la Víctima acusa el Perseguidor de ser la única causa de sus sufrimientos. Acusar a alguien de algo (desconociendo y negando al mismo tiempo nuestra cooperación al daño que hemos recibido) es una forma muy sutil de perseguir a alguien. En este caso seguimos viviendo a la sombra de la Institución, aunque sea para combatirla. Como todo Perseguidor,  no nos damos cuenta de serlo, y justificamos nuestro engreimiento con la razón de combatir una batalla justa. Pero nuestra vida no gira alrededor de nuestras necesidades reales, no estamos orientados a la felicidad positivamente, a las sencillas satisfacciones de la vida cotidiana, a nuestra independencia o a nuestro crecimiento interior. Dentro de nosotros aún no encontramos paz, y como en el caso anterior seguimos actuando empujados por razones exteriores, determinadas por la actuación de los demás y no por razones de vida constructivas y personales.

3. El tercer riesgo es el de optar por seguir actuando como Víctima, aunque en un contexto distinto: vivir toda nuestra salida del Opus Dei con actitud de Víctima, recriminando, acusando, evitando inconscientemente conseguir éxitos para castigar a quien nos usó, como si nuestra salida hacia una forma mejor de vivir atenuara la culpa de quien nos ha hecho daño.


Por todo lo dicho, se reconoce en estos riesgos una actitud escondida de violencia, de desquite, de resentimiento, que si no logramos superar amargará nuestra vida, que seguirá dando vueltas alrededor de la órbita de la Institución.


Los medios que nos permitirán salir positivamente del papel de Víctima son los mismos que nos permitirán salir de los otros dos papeles, y por esta razón hablaremos de ellos al final de la exposición. Sin embargo, ya es posible adivinar que la salida está en negarse a alimentar el juego del triángulo perverso.

viernes, 17 de octubre de 2014

El significado de lo que te pasa

por Isabel Sala



Cada uno de nosotros dotamos de contenido nuestra realidad. Un mismo acontecimiento puede ser interpretado de muchas formas distintas. Una vez nos cerramos en un punto de vista, no tenemos otra opción sino ver las cosas de esa forma.

La mala noticia es que es esa interpretación que hacemos de lo que nos pasa lo que nos genera estrés, desasosiego, tristeza… y no tanto lo que ha ocurrido en sí mismo. 

La buena noticia es que en todo momento está en nuestra mano cambiar eso que pensamos, y por lo tanto lo que sentimos y lo que hacemos cuando respondemos.

Las cosas en sí mismas no tienen un significado, tienen el significado que elegimos asignarles. Ante una misma situación podemos decir “tengo un problema enorme que siento que me aplasta y me inmoviliza, todo me pasa a mí…”, o “tengo un reto delante y voy a ver qué puedo aprender de esta situación difícil que estoy atravesando”, etc.

Cuando te sorprendas a ti mismo haciendo una interpretación de algo que te ha pasado, hazte estas cuatro preguntas:

    - ¿Estoy 100% seguro de que mi interpretación de lo ocurrido es totalmente cierta?

       - La interpretación que hago de lo ocurrido, ¿me hace feliz o infeliz? 
   
       - ¿De qué otra forma puedo interpretar esta situación?

     - ¿Cuál de estas dos formas de interpretar el mismo hecho quiero elegir?

-         
Lo que estamos haciendo con estas preguntas es que la mente tome un poco de distancia y se abra a observar lo ocurrido desde otra perspectiva y a considerar nuevas posibilidades. Generalmente, esa mínima distancia nos hace ver la situación, circunstancia, o persona con la que sentimos tener un conflicto de otra forma, y la nueva interpretación que hacemos nos hace sentirnos mejor, o menos mal, que la primera.

Entonces nos podemos preguntar: ¿quiero mantener la primera interpretación que me generaba tanto malestar, o prefiero quedarme con la segunda que me hace sentirme mejor?; ¿quiero ir por ahí peleado con el mundo y culpando al universo todo por la forma en la que me siento?

Al principio te puede resultar extraño ese cambio consciente de perspectiva y esa búsqueda voluntaria de nuevos contenidos para las cosas que te ocurren, puesto que has estando interpretando la realidad de la primera forma durante mucho tiempo, quizás años, o quizás desde siempre.

Sin embargo, aferrarse al resentimiento y sentirse mal acerca de algo no conduce nunca a una vida feliz y satisfactoria. ¿Qué puedes perder por intentar hacer las cosas de forma diferente a partir de ahora?

Nadie excepto cada uno de nosotros es responsable de la forma en la que nos sentimos, porque la forma en la que nos sentimos depende del significado que elegimos dar a las cosas que nos pasan.