lunes, 3 de noviembre de 2014

El Triángulo Dramático (I)

por Elena Longo


Hay una teoría psicológica que nos puede proporcionar algunas reflexiones útiles en nuestra situación de personas que acaban de salir de una institución totalizadora como el Opus Dei.

Antes de exponerla, creo que puede ser útil pararnos para hacer unas consideraciones: cuando hablamos de “teoría” hablamos de un “modelo de la realidad”, no de la realidad misma. Por esta razón habrá unos aspectos de la realidad que se escapan de este modelo. Esto no quiere decir que la teoría que estamos utilizando sea equivocada, sino que es más o menos útil para manejar nuestra realidad: este es su límite y su valor.

Como ninguna teoría llega a comprender toda la realidad, es posible utilizar en nuestra labor de reconstrucción varias teorías, según el trabajo que vemos más urgente realizar sobre nosotros mismos.

El Analisis Transaccional (AT) es una teoría psicológica enunciada por Eric Berne, que fija su atención sobre las relaciones interpersonales más que sobre la interioridad personal. Esta teoría describe entre otras cosas una forma de vivir e interpretar nuestras vivencias, que es interpretando unos papeles o roles concretos que quedan muy bien descritos por el llamado Triángulo Dramático:



 



 En muchas relaciones disfuncionales se actúa según estos papeles, que pueden ser interpretados indistintamente por una misma persona según la situación en la que se encuentra.

La “Víctima”

En los post recientes se ha hecho repetidamente alusión a la importancia de hacernos responsables de nuestra vida. Es muy importante entrar en esta óptica, porque también podemos interpretar nuestro paso por el Opus Dei como el resultado de una violencia que nos ha sido perpetrada.

Esta circunstancia puede ser cierta, pues la mayoría hemos sido captados en edad temprana, con insistencia hasta el acoso, quitándonos o al menos menguándonos la libertad interior con argumentos de autoridad y empujándonos a no buscar consejo y orientación en nuestros padres o en personas ajenas a la Institución.

Esto es cierto, digo, pero el asumir este enfoque no nos ayuda en absoluto a la hora de sanar el daño que nos ha causado esa coacción.

Por otro lado es también cierto que siempre tenemos la posibilidad de dejar de actuar como víctimas y empezar a actuar como dueños de nuestra existencia, sean cuales fueran nuestras circunstancias exteriores. Si no fuera así, no estaríamos aquí, ya fuera, intentando reconstruirnos de la forma mejor.

Ser Víctima solo es posible cuando nos minusvaloramos a nosotros mismos. Es importante darse cuenta de que no puede haber ni Perseguidor ni Salvador si no hay alguien dispuesto a hacer de Víctima. Dicho de otra forma: está  en tu poder, en cuanto tomas consciencia de obrar según un papel de Víctima, dejar de jugar este papel y cambiar las cartas sobre la mesa.

Una Víctima actúa porque sufre una violencia desde su exterior. En cualquier momento podemos decidir dejar de actuar según los empujes exteriores y empezar a actuar según nuestra consciencia y nuestras más hondas y auténticas necesidades.

Lo que nos impide salir del papel de Víctima es precisamente el no tener consciencia de estar interpretando este papel que hemos asumido. Cuando nos damos cuenta, se abre una posibilidad concreta de dejar de actuar así. La consciencia de sí mismo, la atención dirigida al presente y a la actuación concreta que protagonizamos en el momento presente, es la clave para salir de cualquier actitud disfuncional que nos afecte.

En este momento puede haber varios riesgos:

1. El primero sería dejar de actuar como hasta ahora para hacer todo lo contrario de lo que nuestro Perseguidor nos impone: volvernos unos rebeldes. Aparentemente esto es un cambio, pero en el fondo nada cambia: nuestras acciones siguen siendo condicionadas desde el exterior, y seguimos no haciendo lo que nace del centro de nuestro ser, sino empujados por estímulos externos. Seguimos no “actuando”, sino “reaccionando”, aunque nuestra reacción sea de signo contrario a la actuación anterior. Nuestra atmósfera interior se queda amargada y resentida, seguimos dejando toda la responsabilidad de lo que hemos vivido sobre quien nos ha engañado y esto nos impide empoderarnos de nuestra existencia.

2. El segundo riesgo es pasar a actuar como un Perseguidor. Esta forma de actuar puede ser muy sutil y, por esta razón, pasar totalmente desapercibida. Hay una forma de ser Víctima que es un disfraz del Perseguidor: cuando la Víctima acusa el Perseguidor de ser la única causa de sus sufrimientos. Acusar a alguien de algo (desconociendo y negando al mismo tiempo nuestra cooperación al daño que hemos recibido) es una forma muy sutil de perseguir a alguien. En este caso seguimos viviendo a la sombra de la Institución, aunque sea para combatirla. Como todo Perseguidor,  no nos damos cuenta de serlo, y justificamos nuestro engreimiento con la razón de combatir una batalla justa. Pero nuestra vida no gira alrededor de nuestras necesidades reales, no estamos orientados a la felicidad positivamente, a las sencillas satisfacciones de la vida cotidiana, a nuestra independencia o a nuestro crecimiento interior. Dentro de nosotros aún no encontramos paz, y como en el caso anterior seguimos actuando empujados por razones exteriores, determinadas por la actuación de los demás y no por razones de vida constructivas y personales.

3. El tercer riesgo es el de optar por seguir actuando como Víctima, aunque en un contexto distinto: vivir toda nuestra salida del Opus Dei con actitud de Víctima, recriminando, acusando, evitando inconscientemente conseguir éxitos para castigar a quien nos usó, como si nuestra salida hacia una forma mejor de vivir atenuara la culpa de quien nos ha hecho daño.


Por todo lo dicho, se reconoce en estos riesgos una actitud escondida de violencia, de desquite, de resentimiento, que si no logramos superar amargará nuestra vida, que seguirá dando vueltas alrededor de la órbita de la Institución.


Los medios que nos permitirán salir positivamente del papel de Víctima son los mismos que nos permitirán salir de los otros dos papeles, y por esta razón hablaremos de ellos al final de la exposición. Sin embargo, ya es posible adivinar que la salida está en negarse a alimentar el juego del triángulo perverso.