Hay una teoría psicológica que nos puede
proporcionar algunas reflexiones útiles en
nuestra situación de
personas que acaban de salir de una institución totalizadora como el Opus Dei.
Antes de exponerla, creo que puede ser útil pararnos para hacer unas
consideraciones: cuando hablamos de “teoría” hablamos de un “modelo de la
realidad”, no de la realidad misma. Por esta razón habrá unos
aspectos de la realidad que se escapan de este modelo. Esto no quiere decir que
la teoría que estamos utilizando sea equivocada, sino que es más o menos útil para manejar
nuestra realidad: este es su límite y su valor.
Como ninguna teoría llega a comprender toda
la realidad, es posible utilizar en nuestra labor de reconstrucción varias teorías, según el trabajo que vemos más urgente realizar sobre
nosotros mismos.
El Analisis Transaccional (AT) es una teoría
psicológica enunciada por Eric Berne, que fija su atención sobre las relaciones
interpersonales más que
sobre la interioridad personal. Esta teoría describe entre otras cosas una
forma de vivir e interpretar nuestras vivencias, que es interpretando unos
papeles o roles concretos que quedan muy bien descritos por el llamado Triángulo Dramático:
En muchas relaciones disfuncionales
se actúa según estos papeles, que pueden ser interpretados indistintamente por una
misma persona según la
situación en la
que se encuentra.
La “Víctima”
En los post recientes se ha hecho
repetidamente alusión a la
importancia de hacernos responsables de nuestra vida. Es muy importante entrar
en esta óptica,
porque también podemos interpretar nuestro paso por el Opus Dei como el resultado
de una violencia que nos ha sido perpetrada.
Esta circunstancia puede ser cierta, pues la
mayoría hemos sido captados en edad
temprana, con insistencia hasta el acoso, quitándonos o al menos menguándonos
la libertad interior con argumentos de autoridad y empujándonos a no buscar
consejo y orientación en nuestros
padres o en personas ajenas a la Institución.
Esto es cierto, digo, pero el asumir este
enfoque no nos ayuda en absoluto a la hora de sanar el daño que nos ha causado esa coacción.
Por otro lado es también cierto que siempre tenemos
la posibilidad de dejar de actuar como víctimas y empezar a actuar como dueños de nuestra existencia, sean cuales fueran nuestras circunstancias
exteriores. Si no fuera así, no
estaríamos aquí, ya fuera, intentando
reconstruirnos de la forma mejor.
Ser Víctima solo es posible cuando nos minusvaloramos a nosotros mismos. Es importante
darse cuenta de que no puede haber ni Perseguidor ni Salvador si no hay alguien
dispuesto a hacer de Víctima.
Dicho de otra forma: está en tu poder, en cuanto tomas consciencia de
obrar según un papel de Víctima,
dejar de jugar este papel y cambiar las cartas sobre la mesa.
Una Víctima actúa porque
sufre una violencia desde su exterior. En cualquier momento podemos decidir
dejar de actuar según los
empujes exteriores y empezar a actuar según nuestra consciencia y nuestras más hondas y auténticas necesidades.
Lo que nos impide salir del papel de Víctima es precisamente el no
tener consciencia de estar interpretando este papel que hemos asumido. Cuando
nos damos cuenta, se abre una posibilidad concreta de dejar de actuar así. La consciencia de sí mismo, la
atención dirigida
al presente y a la actuación
concreta que protagonizamos en el momento presente, es la clave para salir de cualquier
actitud disfuncional que nos afecte.
En este momento puede haber varios riesgos:
1. El primero sería dejar
de actuar como hasta ahora para hacer todo lo contrario de lo que nuestro
Perseguidor nos impone: volvernos unos rebeldes. Aparentemente esto es un
cambio, pero en el fondo nada cambia: nuestras acciones siguen siendo condicionadas
desde el exterior, y seguimos no haciendo lo que nace del centro de nuestro
ser, sino empujados por estímulos externos. Seguimos no “actuando”, sino
“reaccionando”, aunque nuestra reacción sea de signo contrario a la actuación anterior. Nuestra atmósfera interior se queda amargada y resentida,
seguimos dejando toda la responsabilidad de lo que hemos vivido sobre quien nos
ha engañado y
esto nos impide empoderarnos de nuestra existencia.
2. El segundo riesgo es pasar a actuar como un Perseguidor. Esta forma de
actuar puede ser muy sutil y, por esta razón, pasar totalmente desapercibida. Hay una forma de ser Víctima que es un disfraz del
Perseguidor: cuando la Víctima
acusa el Perseguidor de ser la única
causa de sus sufrimientos. Acusar a alguien de algo (desconociendo y negando al
mismo tiempo nuestra cooperación al daño que hemos recibido) es una
forma muy sutil de perseguir a alguien. En este caso seguimos viviendo a la
sombra de la Institución, aunque
sea para combatirla. Como todo Perseguidor,
no nos damos cuenta de serlo, y justificamos nuestro engreimiento con la
razón de combatir una batalla justa.
Pero nuestra vida no gira alrededor de nuestras necesidades reales, no estamos orientados a la felicidad positivamente, a las sencillas satisfacciones de la
vida cotidiana, a nuestra independencia o a nuestro crecimiento interior. Dentro
de nosotros aún no
encontramos paz, y como en el caso anterior seguimos actuando empujados por
razones exteriores, determinadas por la actuación de los demás y no por
razones de vida constructivas y personales.
3. El tercer riesgo es el de optar por seguir actuando como Víctima, aunque en un contexto
distinto: vivir toda nuestra salida del Opus Dei con actitud de Víctima, recriminando, acusando,
evitando inconscientemente conseguir éxitos para castigar a quien nos usó, como si nuestra salida hacia
una forma mejor de vivir atenuara la culpa de quien nos ha hecho daño.
Por todo lo dicho, se reconoce en estos
riesgos una actitud escondida de violencia, de desquite, de resentimiento, que
si no logramos superar amargará nuestra
vida, que seguirá dando
vueltas alrededor de la órbita de la Institución.
Los medios que nos permitirán salir positivamente del papel
de Víctima son los mismos que nos
permitirán salir
de los otros dos papeles, y por esta razón hablaremos de ellos al final de la exposición. Sin embargo, ya es posible
adivinar que la salida está en negarse
a alimentar el juego del triángulo perverso.