sábado, 13 de septiembre de 2014

Acabar de salir del Opus Dei (IV).- Amor a sí mismo y egoismo

por Elena Longo


“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

No sigas leyendo, por favor. Párate, y pregúntate cómo has vivido hasta ahora este mandamiento fundamental. Cuando hayas visualizado situaciones vividas, consejos dados y recibidos, actuaciones realizadas a la luz de este mandamiento, sigues leyendo.

¿No es cierto que siempre pensamos que se nos pedía amar al projímo por encima de nosotros mismos?

¿Quizá aún lo percibes así? Entonces vuelve a leer las palabras de Jesucristo: “...como a tí mismo”.

¿Empiezas a darte cuenta? No “más”, sino “como”.

Y sigo preguntándote: ¿Puedes decir en verdad que te amas a ti mismo? ¿Puedes amarte a tí mismo sin sentir culpabilidad por ello?

¿Te das cuenta de que el amor por ti mismo es objeto de un mandamiento divino? No se trata tan sólo de un amor escatológico, un amor únicamente orientado a salvar el alma. Las parábolas de Jesús están llenas de situaciones ordinarias, cotidianas, y además nos avisa: “El Reino de Dios está dentro de vosotros”, desde ya nos encontramos en él, porque él se encuentra dentro de nosotros.

Es un mandamiento importante y definitivo –“un mandamiento nuevo os doy...”-, y resulta que si no aprendemos a querernos a nosotros mismos no somos capaces de amar auténticamente a los demás. Si piensas en cuántas veces, en los años que acabas de dejar a tus espaldas, te has entrenado en amar a tu prójimo y cuántas en amarte a ti mismo, quizá descubras que tienes bastante que recuperar en este aspecto.

No se trata de ir por la vida escuchando tan solo nuestras exigencias, aprovechándonos de los demás e imponiendo nuestros gustos. Se trata más bien de empezar a cuidar de nosotros mismos. ¡Cuídate! Vuelve hacia ti tu atención, escucha tu cuerpo, descúbrelo, silencia los principios y las teorías para lograr escuchar su voz, que por haber callado tanto tiempo ya es muy débil. Aprende a comer cuando tengas hambre y a descansar cuando estés agotado, a tomar un baño caliente para relajarte. A estar con los demás sin juzgar si valen o si son de selección, solo por darte el gusto de pasarlo bien con ellos. Concédete el lujo de hacer un regalo a quien quieres por el mero placer de ver su asombro y su alegría.

Poco a poco irás recuperando confianza contigo mismo, en el doble sentido de conocerte mejor y fiarte más de ti.

Nos enseñaron que las virtudes se encuentran en el justo medio: existe un “sano egoísmo”, a mitad entre la total falta de él y la forma mezquina y engreída de querer estar bien a cualquier costa.

Quien no sabe cuidar de sí, es muy difícil que sepa cuidar realmente bien de los demás. Puede meterse en cátedra y enseñar teorías, puede exigir porque se siente propietario de una verdad que los demás no llegan a poseer, pero no sabe quedarse discretamente al lado de los demás, escuchar sin sacar recetas, respetar sus tiempos, respetar unas dificultades que no conoce en primera persona, respetar un recorrido de vida distinto del suyo.


Hace años salió un libro cuyo título, por sí solo, era todo un tratado de sabiduría: “Lo hago por tu bien”. Y el subtítulo añadía: “los destinatarios de ese bien pueden reconocerse por la cara de perseguidos que tienen”.

Acabar de salir del Opus Dei (III).- Sinceridad y verdad

por Elena Longo


Otra virtud fundamental para quien vive en el Opus Dei es la sinceridad: se nos pedía ser “salvajemente sinceros” por pequeños que fueran los detalles objeto de esa sinceridad.

El ejercicio de esta forma de sinceridad nos ha llevado a una expropiación total de nuestra intimidad, a una indefensión total frente a los directores. Hemos vivido en la Obra con la seguridad, que nos inculcaron, de que esta exigencia de entrega nos llevaría a la santidad, y que lo que la Obra nos pedía era una forma de vivir las virtudes más heroica aún que la de los religiosos, que con su voto de obediencia no se obligan a “rendir el juicio” sino simplemente a obedecer en su fuero exterior.

Y puede pasar que cuando se sale del Opus Dei, los que intentaron vivir sinceramente esas exigencias se encuentren a menudo, quien más y quien menos, indefensos en su vida social de relaciones, incapaces de ejercer un sano juicio crítico para discernir cuándo y con quién es oportuno sincerarse, y cuándo, en cambio, es necesario defender la propia intimidad y las propias fragilidades.

El contenido de la sinceridad es la verdad, y no todas nuestras actuaciones tienen una referencia a la verdad de la misma fuerza e importancia. No es lo mismo inventarnos un compromiso por evitar un encuentro sin desagradar u ofender otra persona, que inventarnos una fidelidad o un amor hacia una persona que, por cualquier razón, ya no experimentamos.

Hay fundamentalmente dos ámbitos de sinceridad: la sinceridad hacia fuera, con los demás, y la sinceridad hacia dentro, con nosotros mismos y con Dios. La segunda forma es siempre necesaria para nuestra integridad; la primera, depende. Medir la sinceridad con los demás es una forma de cuidar de nosotros mismos, de responsabilizarnos de nuestros actos y de prevenir el daño que se nos puede derivar de quien sabemos o intuimos que puede mal utilizar nuestra sinceridad.

Dentro del Opus Dei estábamos imposibilitados para cuidar de nosotros mismos, la obligación de abrirse de par en par con las personas prescritas desde fuera no admitía excepciones, y si alguna vez se aceptaba nuestro requerimiento de cambiar la persona con la que hacer la charla o confesarse, eso era una excepción y seguía tiempos y modos decididos por otros.

La mentira en un niño es una forma de defensa de su Ego, es una habilidad y, en cierto sentido, una competencia. La educación enseñará al niño a enfrentarse a sus responsabilidades y a no meter esta habilidad al servicio de objetivos demasiados parciales o inmediatos en vista de un bien mayor. Pero para ejercer una virtud hay que ser libre, es decir en este caso, tener capacidad de no ser sincero y no obstante serlo por una libre opción, después de discernir la oportunidad de decir toda, o en alguna medida, la verdad.

Hace tiempo que me dí cuenta, con cierto asombro, que no existe ningún mandamiento que nos obligue a ser totalmente sinceros. El octavo mandamiento nos manda: “no dirás falso testimonio”. Es la falsedad que hace daño al prójimo lo que nos aleja de la verdad de nuestro ser, no la capacidad de guardar y de medir la verdad que estamos dispuestos a compartir.


Más aún que en el caso de la obediencia, en este caso, además que no ser una virtud de cristianos corrientes en medio del mundo, la sinceridad a la que fuimos obligados es más extrema que la que se les pide a los mismos religiosos, llegando a violar un derecho fundamental del ser humano, derecho que es al mismo tiempo un deber por referirse a la integridad de su identidad.

Acabar de salir del Opus Dei (II).- Obediencia y madurez en la vida moral

por Elena Longo


En tu reciente vida pasada de miembro del Opus Dei la obediencia ha sido una virtud muy enfatizada. Todos recordamos por ejemplo la afirmación del fundador, “obedeced y nunca os equivocaréis”. O esta otra,“en una obra de Dios el espíritu tiene que ser: obedecer o marcharse”. Estas afirmaciones hacían hincapié en citas del Evangelio o litúrgicas; el ejemplo que nos ponían a menudo era el de Jesucristo “factus oboediens usque ad mortem, mortem autem crucis”.

En nombre de la exigencia de esta obediencia hemos actuado nosotros también muchas veces, a lo largo de muchos años, y quizá de vez en cuando reprimiendo como espíritu crítico una vocecita que dentro de nosotros se rebelaba a algo que se percibía como dañino para alguna otra persona o quizá, hasta para nosotros mismos.

En los años que han pasado desde mi salida, muchas veces he vuelto a pensar en estas circustancias. Me pregunto, y te pregunto: ¿es realmente la obediencia –especialmente si es entendida de forma tan absolutizada como se entiende en el Opus Dei- una virtud de cristianos que quieren santificarse en el mundo? Aunque Jesús se hizo obediente hasta el extremo que hemos citado, ¿le impidió esto desobedecer a las autoridades legítimas, su padre y su madre, cuando por sus circunstancias especiales juzgó oportuno quedarse en Jerusalén sin avisarles? ¿O cuando enseñaba que el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado? Y he llegado a la conclusión de que lo que quizá puede ser virtuoso para un religioso, que testimonia y anticipa en su vida terrenal las realidades escatológicas, no lo es en absoluto para un cristiano cualquiera, llamado a vivir su fe en el mundo y en sus circunstancias personales e irrepetibles.

Jesús fue obediente a su Padre Dios y a las autoridades legítimas (pagaba los impuestos), pero sin que esta forma de obedecer le empujara a desenchufar su intelecto y le impidiera actuar en cada momento según lo que le dictaba su conciencia, aunque fuera contrario a lo que quería la autoridad en ese momento. No hay delegación de responsabilidad en la actuación moral. Por lo tanto quien “obedece siempre” puede estar muy sujeto a equivocarse.

Existe el riesgo evidente de que salir de este esquema de vida en el que fuimos “formados” con tanta fuerza e insistencia nos pueda resultar algo difícil, pero para aterrizar en el mundo real tenemos que aprender a vivir como adultos responsables, también en lo que se refiere a nuestra fé y a nuestra actuación moral. En el mundo real, el “espíritu crítico” (que es una cosa muy distinta de la murmuración, aunque nos dieron a entender que ambas cosas casi eran sinónimas) es una competencia que se adquiere con la madurez, y no debemos tener miedo de cultivarlo y ejercerlo, hacia las circunstancias concretas, hacia los demás y hacia nuestras mismas actuaciones.

No se trata de “juzgar”, se trata de evaluar, de discernir, si cada actuación importante que tengamos que realizar responde, y en qué medida, a las exigencias de respeto, de solidaridad, de caridad, de ética profesional, de justicia social, etc., que en el momento concreto se nos presentan, y asumir la responsabilidad de nuestra respuesta a la situación y quizá el riesgo de equivocarnos. Tantas veces nos hicieron meditar con la parábola de los talentos: los talentos se entierran cuando no nos atrevemos a gastarlos por el temor a equivocarnos y malgastarlos. Y nuestra libertad y nuestro sentido moral son unos de los talentos que recibimos al ser creados.

Ya oigo la vocecita que sale de tu interior: “Sí, pero la conciencia tiene que ser rectamente formada...”.Es cierto, pero puedo asegurarte que el último de los riesgos de quien acaba de salirse del Opus Dei es no tener suficiente formación en los principios de moral entendida en su más rígida interpretación. En cambio el riesgo concreto que sí se corre es el de tener una moral farisaica, muy exigente en lo que se refiere a las reglas y muy laxa en lo que se refiere a la caridad, a la comprensión, a la justicia, al no juzgar.


El consejo de hoy es: entrénate en criticar las reglas y a discernir cuáles tu conciencia “reconoce” y cuáles pueden ser infundadas o demasiado rígidas. Sin caer en los escrúpulos. De estos hablaremos en otra ocasión...

Acabar de salir del Opus Dei (I)

por Elena Longo


Del Opus Dei se puede salir de muchas formas: salir por propria iniciativa, luchando por conseguirlo, o “ser salido” con una comunicación de parte de los/las directores/ras que se enteraron que, al final, quizá no teníamos vocación.
Se puede salir salvando nuestra fe o ya sin ella, por el acumularse de tantos escándalos que sufrimos.

Se puede salir aún muy jóvenes, o después de diez, veinte, treinta años, con bastante o mucha edad encima.

Se puede salir con recursos profesionales y pudiendo mirar con cierta tranquilidad hacia el futuro, o sin trabajo por habernos ocupado hasta entonces de encargos internos o de trabajo en obras corporativas.
Se puede salir sabiendo que podemos confiar en una familia que nos va a apoyar psicológica y económicamente, o sabiendo que también para ellos somos una oveja negra que traicionó su llamada divina.

Y un largo etcetera.

Pero lo que me interesa profundizar en este post es lo de “acabar de salir” del Opus Dei, no quedarse en esa tierra de en medio en la que ya no somos del Opus Dei, pero no acabamos de aterrizar en otro mundo.  Cuando ya no estamos autorizados –ni queremos- a saludarnos con “Pax” y contestar “In aeternum”, pero quedan dentro de nosotros estructuras mentales y de personalidad que nos encarcelan en un mundo que no podemos ya reconocer como nuestro, que nos rehúsa, pero que tampoco logramos superar y dejar ir definitivamente.

No se trata de renegar de nuestro pasado, por largo o breve que sea. Renegar del pasado significa hundirlo en el inconsciente, quizá removerlo, con el riesgo de tener que revivirlo con otras formas o apariencias. No aprender las lecciones que nos puede impartir. Puede ser muy arriesgado. El pasado hay que asumirlo, mirarlo con perspectiva, llegar a evaluarlo con sentido crítico y solo entonces perdonarlo y superarlo en un presente fecundado por esta experiencia, en la que el pasado está presente pero ya solo como humus de comprensión, de equilibrio, de prudencia, de madurez. Y aunque para alguien pueda ser un cambio de perspectiva casi instantáneo, para la mayoría es un proceso que no se puede acelerar y forzar, que puede necesitar de un tiempo largo de meses y hasta de años, y que podemos solo facilitar, pero no exigir que se realice de repente. Porque es una maduración interior, y toda maduración necesita de los tiempos ritmados y lentos de la naturaleza.

Hay que trabajar en nuestro interior y en nuestro exterior para ir desestructurando esquemas de vida antinaturales y que nos han llevado al hastío, al alejamiento de nuestra identidad, a la perdida de la ilusión y de la energía vital. Hay que desmantelar los esquemas rígidos en los que hemos encerrado nuestras vidas y volver a recuperar nuestra espontaneidad, la ilusión que en nuestra juventud nos empujó a entregarnos a un ideal. Hay que recomenzar desde donde nos interrumpimos, sabiendo al mismo tiempo que no es la misma cosa recorrer un camino en la edad justa de la vida o en otra más tardía.


Ya iremos profundizando en post sucesivos algunas de estas estructuras que puede ser oportuno remodelar.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Enmarcar los momentos de depresión

por Elena Longo

No quiero abordar el tema de la depresión desde un punto de vista psicológico, más bien quiero compartir lo que de la depresión aprendí sufriéndola e intentando salir de ella, para que mis reflexiones puedan, ojalá, ser de ayuda para quien, en su recorrido de salida del OD, se encuentre más o menos sumido en esta situación.

Muchos de los que salen del OD tienen que combatir su batalla con la depresión que se presenta en forma más o menos acentuada, porque siempre una forma de vida inauténtica acaba por provocar este síndrome.

En este sentido te invito a mirar a tu depresión como a una amiga, una amiga que te permitió percatarte de lo equivocado que era tu camino y que te dió la fuerza –aunque quizá fué la fuerza de la desesperación- de emprender el camino de salida y de vuelta a una vida más autentica.

La depresión puede provocar mucho sufrimiento, y es muy difícil que nuestro entorno -nuestros hermanos,  padres y personas que tenemos cercanas en los primeros tiempo de “aterrizaje”- nos puedan entender si no lo han sufrido en primera persona. Además, los comportamientos depresivos se suman a las “rarezas” de las que ya se habló en este blog, y no es raro que la gente alrededor nuestro no sepa cómo ayudarnos. Y quizá hasta un malentendido respeto por nuestra situación puede llevar a la familia a no tomar la iniciativa de enfrentar el tema de nuestra estancia en el OD y de los motivos de la salida, y con el paso del tiempo el argumento se vuelve casi un tabú, no facilitando la salida y la curación del jaleo interior que nos habita por dentro.

Pero la depresión, con tiempo y con paciencia, en la mayoría de los casos puede curarse. Quizá nos pueda dejar como una huella, un estigma por dentro, que vuelve a doler cuando estemos más cansados, pero pasa.

Unos pocos consejos:

- Si al cabo de una temporada razonable no sales de ella, dejate ayudar por un buen psicoterapeuta.

- Mientras que no pasa, no intentes escaparte. Hay que mirar los miedos a la cara para que se disuelvan: “El miedo tocó a la puerta, la fé salió a abrir y el miedo ya no estaba”.

- Vives en el presente: la dosis de depresión de hoy puedes sobrellevarla, no pienses en la depresión de mañana o pasado mañana. Ya verás cómo irá difuminándose y desapareciendo.

- Busca a alguien que comprenda y con quién desahogarte. Si tienes necesidad de hacerlo, debes poder elaborar tu experiencia sin el temor de ser pesado o de ser juzgado.

Soy "raro", pero ¿quiero realmente dejar de serlo?

por Isabel Sala 

El hecho de sentirse y/o ser raro, o si se quiere diferente en muchos aspectos a las personas con las que nos relacionamos una vez dejamos el Opus Dei, es una de las primeras cosas que empezamos a percibir al dejar la institución. Y por lo general no nos gusta. Queremos ser normales, que no se nos note de dónde venimos, que no se nos note que hemos pasado una parte importante de nuestra vida construyendo un proyecto vital que ahora nos puede parecer que ha fracasado. 

Sentimos con frecuencia la necesidad de recuperar el tiempo perdido, de vivir todas aquellas cosas buenas y lícitas a las que un día renunciamos, y que hoy nos sentimos libres de hacer. Cosas que una gran parte del resto de la sociedad ha ido haciendo de forma natural a lo largo de los años, y que a día de hoy generan una distancia vivencial y emocional entre ellos y nosotros que con frecuencia sentimos que “necesitamos” salvar.

El compartir experiencias y vivencias une a las personas y crea los vínculos afectivos y emocionales que están en la base de las relaciones humanas. Solo cada uno sabemos exactamente cómo hemos vivido una determinada experiencia en la vida, pero sin duda nos sentimos cercanos y comprendidos por los que han vivido experiencias similares. Esta comprensión es importante porque nos confirma en la lectura que hacemos de las cosas que nos han pasado.

Al dejar el Opus Dei, nos vamos dando cuenta, cada vez con más claridad, de que muchas cosas que nos parecían normales y naturales (y lo eran de hecho, porque todos los de nuestro centro, los de la delegación, o los del Opus Dei en general lo hacían igual; es decir, en nuestro universo eran la norma), de hecho cuando nos reinsertamos en la sociedad global a los demás en ocasiones les resultan cuanto menos chocantes. 

Una reacción muy frecuente y natural al percibir esta situación, es intentar hacer lo que hacen o han hecho los demás para pasar lo más desapercibidos posible y evitarnos así el tener que dar explicaciones que todavía no estamos en condiciones de dar, o que sencillamente no queremos dar. Se inicia así sin pérdida de tiempo y de forma más o menos consciente, un proceso de normalización acelerado antes de tener claro si realmente queremos normalizarlo todo o una parte, y en el segundo caso, qué parte.

Para decidir de forma consciente qué es lo que quieres normalizar, seguramente necesitarás darte algún tiempo para re-asentar tu vida, ver dónde estás, qué ha pasado, porqué ha pasado, hacia dónde quieres ir, y cómo quieres ir. Esto, en el mejor de los casos, te va a llevar un poco de tiempo. Regálate ese tiempo. No importa la edad que tengas, no tienes prisa alguna. Especialmente si de la prisa pueden derivarse consecuencias negativas para la vida que estás re-diseñando. 

Estas consecuencias negativas constituyen lo que en lenguaje Opus Dei se conoce como rejalgar. El rejalgar es, en pocas palabras, la consecuencia de tomar decisiones precipitadas y erróneas en nuestra huida hacia adelante, para salvar la distancia que nos separa de la mayor parte del resto de la sociedad a través de un proceso de normalización indiscriminado. Es decir, que el rejalgar que a veces nos auto-generamos de forma obviamente involuntaria, es con frecuencia consecuencia de las prisas. La buena noticia (muy buena, diría yo...) es que por lo tanto podemos elegir no generarlo. Vivir una vida libre, feliz, y plenamente satisfactoria fuera del Opus Dei es perfectamente posible y hay miles de testimonios que así lo demuestran. El tuyo puede ser el siguiente, y desde aquí vamos a ayudarte en lo que podamos, si quieres, para que así sea.

Aunque te duela tu pasado -y es natural que lo haga-, intenta no huir de él por negativo o vacío que ahora pueda tal vez parecerte. Abrázalo, porque es a través de las vivencias, experiencias y conocimientos adquiridos en el pasado, que has llegado a ser la persona extraordinaria que eres hoy. Lo bueno y lo menos bueno que has vivido forma parte de tu vida, y de todas las experiencias vitales podemos sacar algo bueno; de todas. Aunque el aprendizaje sea solamente “esto no lo tengo que volver a hacer nunca más”, bueno, no es poca cosa aprender esto... Cada vez que aprendemos algo bueno a través de una experiencia que nos ha hecho daño, estamos transformando esa experiencia negativa en algo positivo que vale a pena conservar. O incluso atesorar. 

En los años que has vivido como miembro del Opus Dei has hecho sin duda cosas buenas y has vivido experiencias muy positivas que han contribuido a conformar la gran persona que eres hoy. Has amado, has hecho cosas por los demás, has ayudado a mucha gente, has realizado tu trabajo -cualquiera que fuese- con dedicación y lo mejor que has sabido... Quédate con eso. Para decantar lo positivo de lo negativo, necesitas darte tiempo. Es difícil dar una idea de cuánto tiempo, cada persona es diferente, pero seguramente te será de ayuda mientras este tiempo pase, el tratarte con infinito afecto y el tomar la decisión de tomarte todo el tiempo que necesites. 

Cuando el tiempo decante lo bueno y positivo que has aprendido de forma directa o de forma indirecta (“esto que he aprendido es exactamente lo contrario de lo que quiero hacer ahora”), estarás en condiciones de decidir qué es lo que llevas en tu mochila y quieres conservar… aunque el hecho de conservarlo te haga raro porque la mayoría de la gente no lo hace. 

Ser raro no es sinónimo de ser peor, solo de ser diferente. Pero ser diferente no es algo negativo, puede ser incluso muy positivo. Personalmente te confieso que dejé el Opus Dei hace casi treinta años y cada vez me siento más marciana en medio del mundo globalizado en el que vivo… Y la verdad es que no me importa lo más mínimo, porque soy yo la que de forma consciente elijo ser rara y apartarme de la norma.  

Voy a terminar dejándote unas cuantas  preguntas en el aire, para tu consideración: 

- ¿Quieres realmente dejar de ser raro? 
- ¿En qué cosas quieres dejar de ser raro?
- ¿Qué cosas quieres conservar aunque te hagan raro?

No te cuento nada que no sepas si te digo que la primera señal del amor es el respeto. Quiérete con locura y en consecuencia respeta tus tiempos y los tiempos de tus procesos. No tengas prisa para recuperar el tiempo perdido, la vida no es una ginkana, en la que tienes que lograr determinados objetivos para seguir jugando.

No hay objetivos vitales mejores que otros ni que garanticen una mayor felicidad, cada uno somos libres de fijar los objetivos que mejor nos vayan, que mejor nos ayuden a dar lo mejor de nosotros mismos. O si lo quieres con otras palabras, que mejor nos permitan hacer rendir nuestros talentos. Es natural sentirse presionado por los medios de comunicación, por la sociedad, para adoptar una serie de objetivos en la vida que realmente no nos van. No nos pasa solo a los que hemos dejado el Opus Dei, una parte importante de la población está constantemente en la misma circunstancia... Hay que hacer esto, tener lo otro, disfrutar haciendo lo de más allá... Nos dejamos arrastrar por esta corriente porque no nos paramos a pensar, no nos damos tiempo de interiorizar las cosas y tomar decisiones libres y por lo tanto conscientes.

Voy a acabar este post incidiendo una vez más en la importancia de pararse, no precipitarse en la toma de decisiones, tener paciencia con uno mismo, darnos tiempo, para que el tiempo nos ayude a decantar lo positivo que nos gustaría conservar aunque pueda quizás hacernos parecer raros a los ojos de otras personas. porque ser percibido como raro, es en ocasiones como llevar un sello de calidad.