Del Opus Dei se puede salir de muchas formas:
salir por propria iniciativa, luchando por conseguirlo, o “ser salido” con una
comunicación de parte
de los/las directores/ras que se enteraron que, al final, quizá no teníamos vocación.
Se puede salir salvando nuestra fe o ya sin
ella, por el acumularse de tantos escándalos que sufrimos.
Se puede salir aún muy jóvenes, o después de diez, veinte, treinta años, con bastante o mucha edad
encima.
Se puede salir con recursos profesionales y
pudiendo mirar con cierta tranquilidad hacia el futuro, o sin trabajo por
habernos ocupado hasta entonces de encargos internos o de trabajo en obras
corporativas.
Se puede salir sabiendo que podemos confiar
en una familia que nos va a apoyar psicológica y económicamente, o sabiendo que
también para ellos somos una oveja negra que traicionó su llamada divina.
Y un largo etcetera.
Pero lo que me interesa profundizar en este
post es lo de “acabar de salir” del Opus Dei, no quedarse en esa tierra de en
medio en la que ya no somos del Opus Dei, pero no acabamos de aterrizar en otro
mundo. Cuando ya no estamos autorizados
–ni queremos- a saludarnos con “Pax” y contestar “In aeternum”, pero quedan
dentro de nosotros estructuras mentales y de personalidad que nos encarcelan en
un mundo que no podemos ya reconocer como nuestro, que nos rehúsa, pero que tampoco
logramos superar y dejar ir definitivamente.
No se trata de renegar de nuestro pasado, por
largo o breve que sea. Renegar del pasado significa hundirlo en el inconsciente,
quizá removerlo, con el riesgo de
tener que revivirlo con otras formas o apariencias. No aprender las lecciones
que nos puede impartir. Puede ser muy arriesgado. El pasado hay que asumirlo,
mirarlo con perspectiva, llegar a evaluarlo con sentido crítico y solo entonces perdonarlo
y superarlo en un presente fecundado por esta experiencia, en la que el pasado
está presente pero ya solo como
humus de comprensión, de
equilibrio, de prudencia, de madurez. Y aunque para alguien pueda ser un cambio
de perspectiva casi instantáneo, para la mayoría es un proceso que no se puede acelerar y forzar, que puede necesitar
de un tiempo largo de meses y hasta de años, y que podemos solo facilitar, pero no exigir que se realice de
repente. Porque es una maduración
interior, y toda maduración
necesita de los tiempos ritmados y lentos de la naturaleza.
Hay que trabajar en nuestro interior y en
nuestro exterior para ir desestructurando esquemas de vida antinaturales y que
nos han llevado al hastío, al
alejamiento de nuestra identidad, a la perdida de la ilusión y de la energía vital. Hay que
desmantelar los esquemas rígidos en
los que hemos encerrado nuestras vidas y volver a recuperar nuestra
espontaneidad, la ilusión que en
nuestra juventud nos empujó a
entregarnos a un ideal. Hay que recomenzar desde donde nos interrumpimos,
sabiendo al mismo tiempo que no es la misma cosa recorrer un camino en la edad
justa de la vida o en otra más tardía.
Ya iremos profundizando en post sucesivos
algunas de estas estructuras que puede ser oportuno remodelar.
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