“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
No sigas leyendo, por favor. Párate, y
pregúntate cómo has vivido hasta ahora este mandamiento fundamental. Cuando
hayas visualizado situaciones vividas, consejos dados y recibidos, actuaciones
realizadas a la luz de este mandamiento, sigues leyendo.
¿No es cierto que
siempre pensamos que se nos pedía amar al projímo por encima de nosotros
mismos?
¿Quizá aún lo percibes
así? Entonces vuelve a leer las palabras de Jesucristo: “...como a tí mismo”.
¿Empiezas a darte
cuenta? No “más”, sino “como”.
Y sigo preguntándote:
¿Puedes decir en verdad que te amas a ti mismo? ¿Puedes amarte a tí mismo sin
sentir culpabilidad por ello?
¿Te das cuenta de que
el amor por ti mismo es objeto de un mandamiento divino? No se trata tan sólo
de un amor escatológico, un amor únicamente orientado a salvar el alma. Las
parábolas de Jesús están llenas de situaciones ordinarias, cotidianas, y además
nos avisa: “El Reino de Dios está dentro de vosotros”, desde ya nos encontramos
en él, porque él se encuentra dentro de nosotros.
Es un mandamiento
importante y definitivo –“un mandamiento nuevo os doy...”-, y resulta que si no
aprendemos a querernos a nosotros mismos no somos capaces de amar auténticamente
a los demás. Si piensas en cuántas veces, en los años que acabas de dejar a tus
espaldas, te has entrenado en amar a tu prójimo y cuántas en amarte a ti mismo,
quizá descubras que tienes bastante que recuperar en este aspecto.
No se trata de ir por
la vida escuchando tan solo nuestras exigencias, aprovechándonos de los demás e
imponiendo nuestros gustos. Se trata más bien de empezar a cuidar de nosotros
mismos. ¡Cuídate! Vuelve hacia ti tu atención, escucha tu cuerpo, descúbrelo, silencia
los principios y las teorías para lograr escuchar su voz, que por haber callado
tanto tiempo ya es muy débil. Aprende a comer cuando tengas hambre y a descansar
cuando estés agotado, a tomar un baño caliente para relajarte. A estar con los
demás sin juzgar si valen o si son de selección, solo por darte el gusto de
pasarlo bien con ellos. Concédete el lujo de hacer un regalo a quien quieres
por el mero placer de ver su asombro y su alegría.
Poco a poco irás
recuperando confianza contigo mismo, en el doble sentido de conocerte mejor y
fiarte más de ti.
Nos enseñaron que las
virtudes se encuentran en el justo medio: existe un “sano egoísmo”, a mitad
entre la total falta de él y la forma mezquina y engreída de querer estar bien
a cualquier costa.
Quien no sabe cuidar de
sí, es muy difícil que sepa cuidar realmente bien de los demás. Puede meterse
en cátedra y enseñar teorías, puede exigir porque se siente propietario de una
verdad que los demás no llegan a poseer, pero no sabe quedarse discretamente al
lado de los demás, escuchar sin sacar recetas, respetar sus tiempos, respetar
unas dificultades que no conoce en primera persona, respetar un recorrido de
vida distinto del suyo.
Hace años salió un libro
cuyo título, por sí solo, era todo un tratado de sabiduría: “Lo hago por tu
bien”. Y el subtítulo añadía: “los destinatarios de ese bien pueden reconocerse
por la cara de perseguidos que tienen”.