miércoles, 10 de septiembre de 2014

Soy "raro", pero ¿quiero realmente dejar de serlo?

por Isabel Sala 

El hecho de sentirse y/o ser raro, o si se quiere diferente en muchos aspectos a las personas con las que nos relacionamos una vez dejamos el Opus Dei, es una de las primeras cosas que empezamos a percibir al dejar la institución. Y por lo general no nos gusta. Queremos ser normales, que no se nos note de dónde venimos, que no se nos note que hemos pasado una parte importante de nuestra vida construyendo un proyecto vital que ahora nos puede parecer que ha fracasado. 

Sentimos con frecuencia la necesidad de recuperar el tiempo perdido, de vivir todas aquellas cosas buenas y lícitas a las que un día renunciamos, y que hoy nos sentimos libres de hacer. Cosas que una gran parte del resto de la sociedad ha ido haciendo de forma natural a lo largo de los años, y que a día de hoy generan una distancia vivencial y emocional entre ellos y nosotros que con frecuencia sentimos que “necesitamos” salvar.

El compartir experiencias y vivencias une a las personas y crea los vínculos afectivos y emocionales que están en la base de las relaciones humanas. Solo cada uno sabemos exactamente cómo hemos vivido una determinada experiencia en la vida, pero sin duda nos sentimos cercanos y comprendidos por los que han vivido experiencias similares. Esta comprensión es importante porque nos confirma en la lectura que hacemos de las cosas que nos han pasado.

Al dejar el Opus Dei, nos vamos dando cuenta, cada vez con más claridad, de que muchas cosas que nos parecían normales y naturales (y lo eran de hecho, porque todos los de nuestro centro, los de la delegación, o los del Opus Dei en general lo hacían igual; es decir, en nuestro universo eran la norma), de hecho cuando nos reinsertamos en la sociedad global a los demás en ocasiones les resultan cuanto menos chocantes. 

Una reacción muy frecuente y natural al percibir esta situación, es intentar hacer lo que hacen o han hecho los demás para pasar lo más desapercibidos posible y evitarnos así el tener que dar explicaciones que todavía no estamos en condiciones de dar, o que sencillamente no queremos dar. Se inicia así sin pérdida de tiempo y de forma más o menos consciente, un proceso de normalización acelerado antes de tener claro si realmente queremos normalizarlo todo o una parte, y en el segundo caso, qué parte.

Para decidir de forma consciente qué es lo que quieres normalizar, seguramente necesitarás darte algún tiempo para re-asentar tu vida, ver dónde estás, qué ha pasado, porqué ha pasado, hacia dónde quieres ir, y cómo quieres ir. Esto, en el mejor de los casos, te va a llevar un poco de tiempo. Regálate ese tiempo. No importa la edad que tengas, no tienes prisa alguna. Especialmente si de la prisa pueden derivarse consecuencias negativas para la vida que estás re-diseñando. 

Estas consecuencias negativas constituyen lo que en lenguaje Opus Dei se conoce como rejalgar. El rejalgar es, en pocas palabras, la consecuencia de tomar decisiones precipitadas y erróneas en nuestra huida hacia adelante, para salvar la distancia que nos separa de la mayor parte del resto de la sociedad a través de un proceso de normalización indiscriminado. Es decir, que el rejalgar que a veces nos auto-generamos de forma obviamente involuntaria, es con frecuencia consecuencia de las prisas. La buena noticia (muy buena, diría yo...) es que por lo tanto podemos elegir no generarlo. Vivir una vida libre, feliz, y plenamente satisfactoria fuera del Opus Dei es perfectamente posible y hay miles de testimonios que así lo demuestran. El tuyo puede ser el siguiente, y desde aquí vamos a ayudarte en lo que podamos, si quieres, para que así sea.

Aunque te duela tu pasado -y es natural que lo haga-, intenta no huir de él por negativo o vacío que ahora pueda tal vez parecerte. Abrázalo, porque es a través de las vivencias, experiencias y conocimientos adquiridos en el pasado, que has llegado a ser la persona extraordinaria que eres hoy. Lo bueno y lo menos bueno que has vivido forma parte de tu vida, y de todas las experiencias vitales podemos sacar algo bueno; de todas. Aunque el aprendizaje sea solamente “esto no lo tengo que volver a hacer nunca más”, bueno, no es poca cosa aprender esto... Cada vez que aprendemos algo bueno a través de una experiencia que nos ha hecho daño, estamos transformando esa experiencia negativa en algo positivo que vale a pena conservar. O incluso atesorar. 

En los años que has vivido como miembro del Opus Dei has hecho sin duda cosas buenas y has vivido experiencias muy positivas que han contribuido a conformar la gran persona que eres hoy. Has amado, has hecho cosas por los demás, has ayudado a mucha gente, has realizado tu trabajo -cualquiera que fuese- con dedicación y lo mejor que has sabido... Quédate con eso. Para decantar lo positivo de lo negativo, necesitas darte tiempo. Es difícil dar una idea de cuánto tiempo, cada persona es diferente, pero seguramente te será de ayuda mientras este tiempo pase, el tratarte con infinito afecto y el tomar la decisión de tomarte todo el tiempo que necesites. 

Cuando el tiempo decante lo bueno y positivo que has aprendido de forma directa o de forma indirecta (“esto que he aprendido es exactamente lo contrario de lo que quiero hacer ahora”), estarás en condiciones de decidir qué es lo que llevas en tu mochila y quieres conservar… aunque el hecho de conservarlo te haga raro porque la mayoría de la gente no lo hace. 

Ser raro no es sinónimo de ser peor, solo de ser diferente. Pero ser diferente no es algo negativo, puede ser incluso muy positivo. Personalmente te confieso que dejé el Opus Dei hace casi treinta años y cada vez me siento más marciana en medio del mundo globalizado en el que vivo… Y la verdad es que no me importa lo más mínimo, porque soy yo la que de forma consciente elijo ser rara y apartarme de la norma.  

Voy a terminar dejándote unas cuantas  preguntas en el aire, para tu consideración: 

- ¿Quieres realmente dejar de ser raro? 
- ¿En qué cosas quieres dejar de ser raro?
- ¿Qué cosas quieres conservar aunque te hagan raro?

No te cuento nada que no sepas si te digo que la primera señal del amor es el respeto. Quiérete con locura y en consecuencia respeta tus tiempos y los tiempos de tus procesos. No tengas prisa para recuperar el tiempo perdido, la vida no es una ginkana, en la que tienes que lograr determinados objetivos para seguir jugando.

No hay objetivos vitales mejores que otros ni que garanticen una mayor felicidad, cada uno somos libres de fijar los objetivos que mejor nos vayan, que mejor nos ayuden a dar lo mejor de nosotros mismos. O si lo quieres con otras palabras, que mejor nos permitan hacer rendir nuestros talentos. Es natural sentirse presionado por los medios de comunicación, por la sociedad, para adoptar una serie de objetivos en la vida que realmente no nos van. No nos pasa solo a los que hemos dejado el Opus Dei, una parte importante de la población está constantemente en la misma circunstancia... Hay que hacer esto, tener lo otro, disfrutar haciendo lo de más allá... Nos dejamos arrastrar por esta corriente porque no nos paramos a pensar, no nos damos tiempo de interiorizar las cosas y tomar decisiones libres y por lo tanto conscientes.

Voy a acabar este post incidiendo una vez más en la importancia de pararse, no precipitarse en la toma de decisiones, tener paciencia con uno mismo, darnos tiempo, para que el tiempo nos ayude a decantar lo positivo que nos gustaría conservar aunque pueda quizás hacernos parecer raros a los ojos de otras personas. porque ser percibido como raro, es en ocasiones como llevar un sello de calidad.