En tu reciente vida pasada de miembro del Opus
Dei la obediencia ha sido una virtud muy enfatizada. Todos recordamos por
ejemplo la afirmación del
fundador, “obedeced y nunca os equivocaréis”. O esta otra,“en una obra de Dios
el espíritu tiene
que ser: obedecer o marcharse”. Estas afirmaciones hacían hincapié en citas del
Evangelio o litúrgicas; el ejemplo que nos ponían a menudo era el de Jesucristo
“factus oboediens usque ad mortem, mortem
autem crucis”.
En nombre de la exigencia de esta obediencia
hemos actuado nosotros también muchas veces, a lo largo de muchos años, y quizá de vez en cuando reprimiendo
como espíritu crítico una vocecita que dentro de
nosotros se rebelaba a algo que se percibía como dañino para alguna otra persona o quizá, hasta para nosotros mismos.
En los años que han pasado desde mi salida, muchas veces he vuelto a pensar en
estas circustancias. Me pregunto, y te pregunto: ¿es realmente la obediencia –especialmente si es entendida de forma tan
absolutizada como se entiende en el Opus Dei- una virtud de cristianos que
quieren santificarse en el mundo? Aunque Jesús se hizo obediente hasta el
extremo que hemos citado, ¿le impidió esto desobedecer a las
autoridades legítimas, su padre y su madre, cuando por sus circunstancias
especiales juzgó oportuno
quedarse en Jerusalén sin avisarles? ¿O cuando enseñaba que
el sábado es para el hombre y no el
hombre para el sábado? Y he llegado a la conclusión de que lo que quizá puede
ser virtuoso para un religioso, que testimonia y anticipa en su vida terrenal
las realidades escatológicas, no lo es en absoluto para un cristiano cualquiera,
llamado a vivir su fe en el mundo y en sus circunstancias personales e
irrepetibles.
Jesús fue obediente a su Padre Dios y a las
autoridades legítimas
(pagaba los impuestos), pero sin que esta forma de obedecer le empujara a
desenchufar su intelecto y le impidiera actuar en cada momento según lo que le dictaba su
conciencia, aunque fuera contrario a lo que quería la autoridad en ese momento. No hay delegación de responsabilidad en
la actuación moral.
Por lo tanto quien “obedece siempre” puede estar muy sujeto a equivocarse.
Existe el riesgo evidente de que salir de
este esquema de vida en el que fuimos “formados” con tanta fuerza e insistencia
nos pueda resultar algo difícil, pero para aterrizar en el mundo real tenemos
que aprender a vivir como adultos responsables, también en lo que se refiere a
nuestra fé y a nuestra actuación moral.
En el mundo real, el “espíritu crítico” (que es una cosa muy distinta de la
murmuración, aunque nos dieron a entender que ambas cosas casi eran sinónimas)
es una competencia que se adquiere con la madurez, y no debemos tener miedo de
cultivarlo y ejercerlo, hacia las circunstancias concretas, hacia los demás y hacia nuestras mismas actuaciones.
No se trata de “juzgar”, se trata de evaluar,
de discernir, si cada actuación
importante que tengamos que realizar responde, y en qué medida, a las
exigencias de respeto, de solidaridad, de caridad, de ética profesional, de
justicia social, etc., que en el momento concreto se nos presentan, y asumir la
responsabilidad de nuestra respuesta a la situación y quizá el
riesgo de equivocarnos. Tantas veces nos hicieron meditar con la parábola de
los talentos: los talentos se entierran cuando no nos atrevemos a gastarlos por
el temor a equivocarnos y malgastarlos. Y nuestra libertad y nuestro sentido
moral son unos de los talentos que recibimos al ser creados.
Ya oigo la vocecita que sale de tu interior:
“Sí, pero la conciencia tiene que
ser rectamente formada...”.Es cierto, pero puedo asegurarte que el último de los riesgos de quien
acaba de salirse del Opus Dei es no tener suficiente formación en los principios de moral
entendida en su más rígida interpretación. En cambio el riesgo concreto
que sí se corre es el de tener una
moral farisaica, muy exigente en lo que se refiere a las reglas y muy laxa en
lo que se refiere a la caridad, a la comprensión, a la justicia, al no juzgar.
El consejo de hoy es: entrénate en criticar las
reglas y a discernir cuáles tu conciencia “reconoce” y cuáles pueden ser
infundadas o demasiado rígidas. Sin caer en los escrúpulos. De estos hablaremos
en otra ocasión...