Isabel Sala
La sensación de haber perdido
unos años preciosos de nuestra vida mientras estábamos en el Opus Dei es común
a la mayoría de las personas que abandonan la Institución. Viene justo a
continuación del darse cuenta de que hemos estado viviendo como en un mundo
paralelo del que ahora hemos regresado para incorporarnos al mundo real, ese
mundo en el que han estado viviendo todo el tiempo nuestros familiares, amigos,
compañeros de trabajo, vecinos y conocidos.
Una de las primeras cosas de las
que nos damos cuenta es de que la gente de nuestra edad e incluso mucho más
joven que nosotros, ha cubierto un montón de “objetivos vitales” que nosotros
no hemos cubierto, que no sabemos en ocasiones qué hacer para cubrir, o que
incluso no podríamos ya cubrir aunque supiésemos cómo hacerlo. Se genera
entonces una sensación de “haber perdido el tren”, y la tentación de correr
para alcanzarlo es muy grande. Nos metemos así a veces en batallas para las que
no estamos preparados, tomamos decisiones precipitadas, poco maduradas, que nos
traen consecuencias negativas y en ocasiones difícilmente reparables.
La precipitación nos hace además perdernos una parte de la información que es muy valiosa, porque sin
ella no tenemos una visión completa del cuadro. Esa información, que si nos
damos un poco de tiempo aflora aquí y allá, nos dice que hay muchas personas
que ni siquiera han oído hablar del Opus Dei en su vida, y que sin embargo tampoco han cubierto
determinados objetivos vitales… y son muy felices y se sienten muy realizados
en sus vidas.
Si nos diésemos cuenta de esto,
posiblemente nos preguntaríamos cosas como: ¿cuáles son los objetivos que se supone que uno
debe cubrir para “ser normal” como aparente sinónimo de “ser feliz”?, ¿quién determina
esos objetivos?, ¿quién decide a qué edad una persona debe tenerlos cubiertos?,
¿qué ocurre si alguien no los cubre?
Que la mayoría de las personas se
emparejen, no significa que todos “deban” hacerlo. Que la mayoría de los seres
humanos tenga hijos no significa que todos tengamos que tenerlos y el que no
los tenga ha fracasado o no pueda sentirse realizado en su vida. Que la mayoría
de la gente tenga una casa propia (o más bien propia y del banco…) no significa
que el que no la tenga es menos que los demás. Etcétera, etcétera, etcétera. Hay mucha gente que elige no
tener hijos, o que ha tenido pareja y le salió mal y hoy no quiere volver a
tenerla, o que no ha querido meterse en una hipoteca sangrante y ha optado por
vivir siempre de alquiler. Están en nuestra misma circunstancia y no tienen
sensación alguna de haber perdido ningún tren. Porque no lo han perdido.
“Sí Isa” –posiblemente estás argumentando en tu mente a la vez que
lees esto-, “pero lo que les diferencia
de nosotros es que ellos lo han planeado así y nosotros no tuvimos opción de planearlo”. ¿En serio…? ¿Uno planea su vida y las cosas le salen siempre como
ha planeado...? Tú no has perdido ningún tren, lo que ha pasado es que pensaste
o planeaste que tu vida sería de una forma y ha resultado ser de otra.
La segunda pregunta del párrafo
anterior era evidentemente retórica; la respuesta es NO: las cosas en la vida
no salen siempre como uno las ha planeado (algunos dirían incluso que casi
nunca salen como uno las ha planeado…). Ya lo dice el refrán castellano: “El hombre propone y Dios dispone”, o lo
que viene a ser lo mismo “haz los planes
que quieras pero considera que Dios tenga otros y que le gusten más los suyos”.
Por ejemplo: una buena amiga mía
y su marido querían tener cuatro o cinco hijos, pero en el embarazo del primero
ella estuvo a punto de morirse y los médicos le rogaron encarecidamente que no se
volviese a quedar embarazada si no quería dejar a su hijo huérfano. Como
querían tener más hijos iniciaron un proceso de adopción que no pudieron
culminar por avatares varios de la vida, no porque no hiciesen todo lo posible
por conseguirlo. Al final se separó de su marido y olvidó el tema de la adopción,
con lo que se convirtió en madre-de-un-solo-hijo, que es exactamente lo que ella NO quería, porque tenía muy claro que quería que su hijo tuviese la experiencia
de tener hermanos. Con el tiempo aceptó que estaba bien tener un solo hijo y estaba trabajando en cómo hacer que su hijo tuviese muy cerca a los primos para que en la medida
de lo posible supliesen la ausencia de hermanos, cuando el padre de su hijo volvió a
casarse y tuvo un niño, con lo que su hijo tenía ya un hermano…como ella quería. El hombre propone y Dios dispone.
¿Te has parado a pensar que el
hacer lo mismo que los demás hacen y parecen felices con ello, no es garantía
de que a nosotros nos vaya a ir igual de bien? Dar por supuesto que la vida habría
sido más fácil, más feliz y más satisfactoria si nos hubiésemos casado, si
hubiésemos fundado una familia, etc, es realmente mucho suponer y no se ajusta
a la realidad. Es jugar a la bola de cristal con efecto retroactivo, porque no hay
forma de saber cómo habría sido nuestra vida si en lugar de haber sido del Opus
Dei no lo hubiésemos sido. Ni siquiera sabemos si a estas alturas la película
de nuestra vida ya habría finalizado.
Al final, lo cierto es que Dios
siempre dispone las cosas de la mejor forma para cada uno, aunque cada uno no
sea siempre capaz de verlo. A veces el paso del tiempo nos regala pedacitos de
información inesperada que nos ayudan a comprender por qué Dios dispuso que las
cosas no fuesen como nosotros las habíamos planeado, pero muchas veces ni
siquiera tenemos esa información. Y el que no entendamos que lo que nos pasa en
la vida es para nuestro mayor bien, no quiere decir que no lo sea. Prueba a aumentar la escala
de tu mapa y mirarlo desde más arriba; quizás veas mejor el dibujo.
Leí una vez esto: “Toda mi vida puede describirse en una sola
frase: nada fue como yo lo había planeado. Y está bien que sea así…”. Me
parece que describe muy bien como es la vida de la mayoría de las personas,
independientemente de que hayan pertenecido al Opus Dei o no. Una de las claves
para ser feliz en la vida es el saber adaptarse a las cosas que nos pasan y sacar lo mejor de ellas: es
totalmente lícito hacer planes para nuestra vida, pero cuando las cosas no
ocurren como las habíamos planeado, podemos enrabietarnos y sentirnos
fracasados o frustrados por ello, o bien podemos aceptar lo que la vida nos
trae y cambiar los planes que tenemos partiendo de nuestra realidad. La clave
del éxito está muchas veces en saber adaptarse, en ser flexible, en no
aferrarse a ideas preconcebidas que con frecuencia ni siquiera han sido preconcebidas por nosotros mismos.
Confía en que el momento en el
que te encuentras, desde una perspectiva global de tu vida, es el más adecuado
para ti. Desde ese punto de partida, mira a tu alrededor. ¿Qué he aprendido en
el camino?, ¿por qué he llegado hasta aquí?, ¿ qué tiene de bueno la situación
en la que me encuentro?, partiendo de mi situación real actual ¿qué planes
quiero hacer para mi vida?, ¿qué pequeños pasos tengo que empezar a dar para hacer
esos planes realidad?
Lo que tienes ahora, en este
momento, es lo único real. Con lo que es real puedes trabajar, puedes
cambiarlo, puedes utilizarlo para conseguir otra cosa. Lo que podría haber sido
es absolutamente irreal, no hay forma garantizar que las cosas habrían salido
como tú lo imaginas. No pierdas el tiempo dando vueltas a lo que teóricamente
podría haber sido y no fue, no te llevará a ningún lugar en el que ser feliz.
El momento presente es un regalo
inmenso que encierra una gran potencialidad y eres TÚ el pintor que está de pie
delante del lienzo en blanco de la vida que te queda por vivir. Mira qué colores tienes en tu paleta y que has ido adquiriendo a lo largo del camino; piensa en qué otros colores es posible conseguir y consíguelos, y con todos ellos disfruta cada
momento pintando el mejor cuadro que seas capaz de pintar. Si la vida te ha
dado muchos tonos de azul quizás lo suyo sería pintar una escena marina en
lugar de empeñarse en pintar los campos de trigo llenos de amapolas en
primavera… Y sobre todo, ¿quién ha dicho que un paisaje de campos de trigo con
amapolas tiene que ser mejor o más bonito que otro del Mediterráneo de azules
infinitos?
No has perdido ningún tren. Lo
que pasa es que tomaste un tren planeando ir a Grecia cuando la mayoría de tus amigos tomaron un vuelo para Egipto. Luego decidiste bajarte y resulta
que estabas en Suiza... Si empleas tu tiempo en lamentar que quizás ya nunca
puedas ver las pirámides cuando todos tus amigos las han visto, no podrás disfrutar de las pistas de esquí en los
Alpes. Además, ¿quién sabe...?, Suiza tiene aeropuertos internacionales…