miércoles, 12 de noviembre de 2014

El Triángulo Dramático (III)

Isabel Sala


En las anteriores publicaciones, Elena nos explicó en qué consiste el Triángulo Dramático, que está formado por una serie roles y los patrones de comportamiento que estos roles llevan asociados, y que todos adoptamos de forma inconsciente cuando interactuamos con los demás desde una orientación victimista. Dadas las implicaciones que esa dinámica tiene en nuestra calidad de vida (a peor…), en las siguientes publicaciones vamos a profundizar en ella con la idea de que aprendas a identificarla en tu día a día, como paso previo y necesario a deshacerte de ella o a disminuir lo más posible su intensidad o la frecuencia con que adoptas cada uno de esos roles.

El Triángulo Dramático (en adelante TD), lo conforman como vimos tres roles, que la persona adopta alternativamente. El papel central es el de la Víctima, que es el que adoptamos cuando sentimos como si otras personas o situaciones estuviesen actuando sobre nosotros y no tuviésemos capacidad para hacer nada al respecto más que sufrirlas. A veces da la sensación de que somos atacados y otras se trata de una adversidad. Puede percibirse como un menosprecio, o como un maltrato, o incluso como una pérdida de control sobre lo que nos pasa. El segundo papel es el del Perseguidor, que es el que se percibe como la causa –persona, condición o circunstancia- de las calamidades que ocurren a la Víctima. Y por último el Salvador, que es el que interviene en favor de la Víctima y la libera del daño que le causa el Perseguidor.

Todos jugamos estos roles de forma más o menos intensa y frecuente en nuestro día a día, y el hacer el esfuerzo por identificar y entender los patrones de comportamiento que en nuestro caso concreto llevan asociados, es el primer paso para conseguir romper este ciclo de victimismo. Con la idea de ayudarte en este esfuerzo, en sucesivas publicaciones vamos a describir con más detalle cada uno de los papeles o roles, para que te sea más fácil seguirles la pista.

Profundizando el papel de Víctima:

La víctima puede estar a la defensiva, ser sumisa, excesivamente servicial o acomodaticia a los deseos de otros, adoptar una actitud pasivo-agresiva en los conflictos, depender de otros para tener sensación de la propia valía, ser extra susceptible, o incluso manipuladora. Está con frecuencia enfadada, o resentida, o envidiosa. No reconoce su propio valor y/o se siente avergonzada de sus circunstancias.

Si te das cuenta, el ser sumiso, rendir la voluntad hasta en lo más pequeño, vivir el espíritu de servicio hasta el extremo de ser alfombra donde pisen nuestros hermanos, rendir el gusto propio ante el gusto de los demás, son aspectos en los que se insiste hasta la saciedad en el Opus Dei, hasta el punto de que mucha gente cuando sale no sabe qué cosas le gustan, por ejemplo. Del mismo modo que estas son características de la Víctima, cuando se promueve intensamente esa forma de actuar en una persona, ésta se acaba sintiendo una Víctima y genera un resentimiento y un enfado más o menos intensos hacia lo que identifica como su Perseguidor, en este caso claramente el Opus Dei. No es infrecuente, seguro que recuerdas muchos casos concretos en algunos de los cuales posiblemente eras tú la o él protagonista, en los que te has sentido Víctima y has reaccionado colocándote de forma sistemática a la defensiva, has adoptado actitudes pasivo-agresivas en tu relación con los Directores (Perseguidores), o te has vuelto muy susceptible ante todo lo que se te decía. También es fácil que después de muchos años en la institución te cueste ser consciente de todo tu valor personal y que te sientas avergonzado de alguna forma por haber estado tanto tiempo creyéndote una forma de vida de la que ahora te sientes tan ajeno.

Todas las Víctimas han experimentado una pérdida –un deseo o aspiración frustrada- incluso si no son conscientes de ello. Puede tratarse de una pérdida de libertad, o de salud, o del sentido de seguridad mínimamente necesario. Puede tratarse de una pérdida de identidad o incluso de “realidad”, como ocurre cuando una creencia sobre la que basábamos nuestra vida de repente se hace añicos.

Cuando se ha estado construyendo la vida sobre unos cimientos que se asumían sólidos e inquebrantables y un día se da uno cuenta de que no solo no lo eran, sino que se han venido abajo de forma estrepitosa, la sensación inicial es la de que nuestra realidad se desmorona. Por eso al dejar el Opus Dei es importante (cuantos más años pasados dentro, más importante) tomarse un tiempo para entender lo que ha pasado, de los cimientos destrozados recuperar lo que nos pueda servir o queramos conservar y minimizar de esta forma el sentido de pérdida para no caer en el victimismo.

La Víctima siente que ha perdido el control, cree que la vida no puede cambiar a mejor. Adoptando esa postura uno se siente impotente, indefenso, desamparado, sin esperanza y a merced de fuerzas “ocultas”. La Víctima reacciona ante esto con frecuencia con depresión o vergüenza; siente pena de sí misma.

Cuando al dejar el Opus Dei no nos damos un tiempo prudencial para evaluar la situación real que tenemos después del terremoto que acaba de sacudir nuestra vida, cuando nos precipitamos a tomar decisiones acerca de aspectos importantes e incluso trascendentes de nuestra vida sin tener claro lo que ha pasado, porqué ha pasado y la situación real en la que nos encontramos, es bastante probable que tomemos decisiones equivocadas que traerán irremediablemente consecuencias indeseadas. Al haber sido adoctrinados durante muchos años en la idea del rejalgar que nos esperaba si dejábamos la barca del Opus Dei, es probable que identifiquemos esas consecuencias indeseadas con dicho rejalgar haciendo realidad la maldita profecía, cuando en realidad esas consecuencias están con frecuencia vinculadas a las decisiones que tomamos después de salir. Entonces nos sentiremos indefensos, impotentes, sin esperanza de que las cosas puedan ir a mejor y a merced de fuerzas ocultas. Víctimas de nuestra traición al Opus Dei aunque en ocasiones nos neguemos a admitirlo de forma directa especialmente de cara a los demás. Las cosas no son fáciles al salir del Opus Dei especialmente cuando hemos pasado muchos años dentro en labores internas, como sacerdotes, etc, pero si adoptamos el papel de Víctimas de la institución solo las haremos más difíciles.

La identidad de la Víctima es la de “pobre de mí”. Esa forma de verse a sí mismo y a su experiencia vital, determina cómo se relaciona con los demás y con el mundo. El victimismo esconde de hecho una considerable cantidad de ego.

Los sentimientos que tiene la Víctima están basados en el miedo y producen ansiedad de varios tipos. Cuando el ser humano siente miedo está programado para reaccionar ante él, y lo hace de forma instintiva bien peleando, huyendo, o quedándose paralizado. Cuando está paralizado por el miedo se para y no hace nada que le acerque o le aleje de la causa de su miedo. Evita la responsabilidad porque piensa que su experiencia vital está más allá de su control. Por eso el aceptar la responsabilidad sobre la propia experiencia vital, como explicaba Elena en la segunda entrega del Triángulo Dramático, es un paso decisivo para abandonar el papel de Víctima.

Cuando adoptamos la posición de Víctima, estamos hiper-vigilantes, siempre anticipando (o intentándolo) el siguiente episodio de sufrimiento que tendremos que afrontar. Todo lo que vemos en la vida son problemas y más problemas, y esos problemas –bien sean personas o circunstancias- se convierten en nuestros Perseguidores, los causantes de nuestra miseria, que siempre tiene de esta forma su origen en causas externas a nosotros.

En el caso de los que hemos pertenecido al Opus Dei durante más o menos años de nuestra vida, esa hiper-vigilancia y ese estar siempre preparados para el siguiente golpe que se nos va a asestar, es algo que con frecuencia se queda enquistado y es costoso deshacerse de ello. Una de las formas que adopta, que no la única, es la del miedo al Perseguidor, al que identificamos con la Obra, y del que estamos constantemente esperando golpes bajos. Nos sentimos, incluso estando completamente desvinculados de la institución, Víctimas de sus malas artes, de su largo brazo, de su red de poder y manipulación. No nos atrevemos a decir públicamente nada en su contra a menos que sea desde detrás de un pseudónimo, no nos atrevemos a apoyar ninguna causa que al Opus Dei le pueda ser incómoda aunque a nosotros nos pueda parecer una cuestión de la más básica justicia, etc… Encontramos mil y una razones, todas ciertas, lícitas y respetables, que justifican el que no lo hagamos. Pero de hecho no lo hacemos por alguna clase de miedo a la Institución de la que aún nos sentimos Víctimas (miedo a disgustar a algún miembro de nuestra familia o amigo, miedo/vergüenza a que se sepa que hemos pertenecido al Opus Dei, miedo a que nos suponga algún problema en el trabajo, miedo a que nos limite nuestra capacidad de acción, miedo a que el Opus Dei nos pueda causar algún mal indefinido pero que damos como cierto o al menos muy probable). Y en el caso concreto que nos ocupa, el peligro es muchas veces real (otras solo fruto de nuestra imaginación), pero el miedo es opcional.

Quiero aclarar que el miedo de cada persona es digno del mayor de los respetos y no se trata en absoluto de juzgarlo ni de empujar a nadie a que actúe en contra de su corazón, sino de que cada uno sea consciente de él (incluso aunque de momento no lo reconozca ante los demás). Porque ese miedo, disfrazado de lo que se quiera con tal de que parezca algo más dignamente aceptable, es un miedo no reconocido y por lo tanto no asumido, que nos coloca de hecho en el papel de Víctima y desde ese papel nos relacionamos con el mundo y en concreto con la Institución de una manera concreta, que va a tener consecuencias específicas. Consecuencias cuya responsabilidad es conveniente que en algún momento asumamos, como hemos visto anteriormente.


Cada persona sigue un camino que es el suyo y se merece todo nuestro respeto. Pero para cada persona es importante ser consciente de cómo está andando ese camino, si con libertad o con miedo. El miedo siempre resta libertad, y el saber aunque sea de forma inconsciente que realmente tenemos miedo nos posiciona inmediatamente en el rol de la Víctima: pobre de mí, que tengo un claro Perseguidor como causa externa de mis desgracias o infortunios, contra el que no puedo hacer nada porque es todopoderoso, que no me permite mejorar mis circunstancias vitales o no me permite tener la vida que yo querría tener porque me da miedo lo que pueda hacerme si lo intento. Es decir, que no me dejaba ser libre cuando estaba dentro y tampoco ahora que estoy fuera. Pobre de mí.

Identificar este rol en nuestra vida es el primer y más importante paso para elegir no interpretarlo.