Elena Longo
El “Perseguidor”
Ya dije que puede pasar que el rol de Victima
esconda un Perseguidor (no puede pasar lo contrario). Aunque esta afirmación pueda parecer paradójica, se
llega a entender muy fácilmente si pensamos en estas personas que todos hemos conocido
que, a fuerza de declararse víctimas de
determinadas circunstancias o personas, acaban por volverse auténticos
perseguidores para los que conviven con ellos.
La auténtica Víctima es la que no tiene autoestima. La que en cambio se disfraza de Víctima para ser un Perseguidor más eficaz sí tiene autoestima, y menosprecia
a los que mete en situación de
parecer perseguidores.
El Perseguidor es vengativo, no aprueba nunca
lo que hacen los demás, para
él las normas, las reglas, los principios, las leyes, las costumbres,...
siempre son más
importante de las personas concretas, y siempre se siente en el derecho de
juzgar y condenar a los demás y a sus
actuaciones. ¿Os suena?
Es necesario, antes que nada, tomar
consciencia de que nadie puede asumir el papel de juzgarnos, así como nosotros no tenemos el
derecho de juzgar a los demás. Hay
que aprender a no dejar entrar dentro de nosotros el juicio de los demás, y si ya entró aprender poco a poco a echarlo
fuera. Puede ser un trabajo interior largo y algo dificultoso, que tarde años en realizarse, pero al menos
tenemos que saber que esta es nuestra meta: llegar a tener nuestro centro
“dentro”, y no “fuera”, de nosotros mismos. Los demás pueden entrar dentro de nosotros mismos, de nuestra intimidad, sólo con nuestra autorización.
Hay dos riesgos concretos: ser Víctima de un Perseguidor, o en
cambio ser un Perseguidor. Y aunque para una persona que acaba de salir del
Opus Dei parece más probable
el primer riesgo, en realidad es muy posible que, aunque se rechace ahora la Institución y el tiempo que vivimos dentro,
se siga interiormente –y a menudo también exteriormente- con una actitud de
juicio, de acatamiento a normas y criterios, de condena hacia quien no piensa y/o
no actúa según
principios que interiorizamos y que aún no hemos llegado a cribar con sentido crítico y madurez humana.
Yo he encontrado bastantes “ex” que, aún ya fuera del Opus Dei y quizá criticándolo duramente, siguen
con muchos tics típicos de la institución: en la forma de decorar sus casas, de
vivir su religión, de
vestirse y de organizar sus jornadas, etc... Puede ser bastante difícil
convivir con una persona que no “acabó de salir”, y de hecho de alguna forma esta persona se vuelve un
Perseguidor para su prójimo,
porque minusvalora y desprecia actuaciones, sentimientos y formas de ser que
sigue considerando como “poco sobrenaturales” o faltos de “tono humano”, por
ejemplo.
Como ya dije anteriormente, hablando de los
riesgos al actuar como Víctima, tampoco se trata de hacer todo lo contrario,
como forma de reaccionar a un mundo al que nos hemos rebelado: seguir actuando
y juzgando como siempre hemos hechos, y rebelarnos en bloque a todas estas
formas de actuar y de juzgar, son las dos caras de la misma moneda. “Reacción”, como digo, es decir: una respuesta
a empujes que nos llegan de nuestro
exterior, y no “actuación”, es decir, una acción que brota de nuestro ser profundo y auténtico,
de nuestra libertad. Y en estas actuaciones habrá quizá cosas que aprendimos en
nuestra familia de origen y que encontramos codificadas en la Obra y que siguen
siendo válidas para nosotros, otras que igualmente nos propusieron en uno, u
otro, o ambos ambientes y que ya rechazamos, y otras aún que no aprendimos en
el pasado y que ahora aprendemos a valorar y deseamos realizar. Pero si lo que decidimos
seguir considerando válido en nuestra vida no llega desde el exterior, sino
desde nuestra libertad interior, nunca vamos a obligar a los demás a cumplirlo
como un verdadero Perseguidor. Como ya apunté, la actitud que nos puede volver
un Perseguidor, aunque disfrazado, es la de pensar que la nuestra es la única
forma de actuar, opinar, o juzgar correcta, despreciando, aunque sólo implícitamente,
la libertad de los demás.
El “Salvador”
El Salvador, como el Perseguidor, infravalora
a la Víctima, pero mientras el Perseguidor se aprovecha de su debilidad para
hacerla sufrir y triunfar sobre ella, el Salvador interviene en las vidas de
los demás para sentirse superior, y porque piensa que
cada cual no tiene capacidad de pensar y actuar por si mismo. Al lado de un
Salvador, las personas nunca se vuelven mayores y autónomas, a menos que
consigan romper las reglas del juego del Triangulo dramático.
También en el caso del Salvador, encontramos
ejemplos muy concretos en nuestra experiencia si pensamos en esas personas que
siempre tienen en sus labios la frase “Lo hago por tu bien”, sobreentendiendo
que conocen nuestro bien mejor que nosotros.
Como es fácil darse cuenta, ni la Víctima, ni
el Perseguidor, ni el Salvador son posiciones sanas, ni una es mejor o peor de
otra. En los tres casos, se actúa y se orienta la propia existencia no haciéndose responsable de si mismo, sino vertiendo hacia fuera de nosotros
nuestra energía vital. También es importante darse cuenta de que los demás pueden actuar con nosotros
como Victima, Perseguidor o Salvador solo si nosotros les damos el permiso,
aunque tan solo de forma implícita. Más aún: la
mayoría de las veces que otros actúan con nosotros según alguno de los tres roles, muy
probablemente es porque nosotros los hemos atraídos actuando con el rol complementario.
Como dejar de jugar en el Triangulo dramático
Es importante tener en cuenta que las
personas que juegan con el Triángulo dramático nunca adoptan un único rol: se
pasan de uno al otro según las circunstancias, por esta razón es importante ser consciente
de los tres mecanismos.
Para salir de esta situación, antes que nada, hay que experimentar
y aprender que las decisiones de cambio y mejoría de los demás no
dependen de nosotros, que el único ámbito
de libertad y responsabilidad es la vida personal. Esto no quiere decir vivir de
forma egoísta y desentendiéndose de los demás, sino estar abiertos a la ayuda y a la solidaridad, pero solo cuando
estas son solicitadas y requeridas por los interesados, y dejando que las
personas sean fundamentalmente libres –exteriormente y más aún interiormente- de aceptar o de rechazar nuestra ayuda por no
considerarla idónea a su situación.
No es cierto que cada uno de nosotros tiene
la responsabilidad de “salvar” al mundo o a las personas. Ya pasó el tiempo de hacer cruzadas.
Una de las pocas cosas que siguen gustándome de Camino es la frase inicial del
p.1 “Que tu vida no sea una vida estéril...”,
es el “transire benefaciendo” que nos
recordaban a menudo. Pero esto no a costa de las personas, no machacándoles
“por su bien” (perdón por el
abuso de comillas). Nuestra responsabilidad principal es vivir bien, lo mejor
posible, nuestra vida personal, y de esta forma mejorar un poco el mundo en el
que vivimos, y estar abiertos a ayudar, si está en nuestras manos, a los que nos piden ayuda. Si todos viviesen con
esta actitud, aunque muy poco a poco, el mundo realmente mejoraría. Si en cambio todos luchasen
para convencer a los demás de que
deben vivir como a ellos les parece acertado, el mundo se volvería un gran
campo de batalla.
Se aprende mucho más por pruebas y errores que escarmentando en cabeza ajena.
¡Feliz aprendizaje para todos!