lunes, 10 de noviembre de 2014

El Triángulo Dramático (II)

Elena Longo


El “Perseguidor”

Ya dije que puede pasar que el rol de Victima esconda un Perseguidor (no puede pasar lo contrario). Aunque esta afirmación pueda parecer paradójica, se llega a entender muy fácilmente si pensamos en estas personas que todos hemos conocido que, a fuerza de declararse víctimas de determinadas circunstancias o personas, acaban por volverse auténticos perseguidores para los que conviven con ellos.

La auténtica Víctima es la que no tiene autoestima. La que en cambio se disfraza de Víctima para ser un Perseguidor más eficaz sí tiene autoestima, y menosprecia a los que mete en situación de parecer perseguidores.

El Perseguidor es vengativo, no aprueba nunca lo que hacen los demás, para él las normas, las reglas, los principios, las leyes, las costumbres,... siempre son más importante de las personas concretas, y siempre se siente en el derecho de juzgar y condenar a los demás y a sus actuaciones. ¿Os suena?

Es necesario, antes que nada, tomar consciencia de que nadie puede asumir el papel de juzgarnos, así como nosotros no tenemos el derecho de juzgar a los demás. Hay que aprender a no dejar entrar dentro de nosotros el juicio de los demás, y si ya entró aprender poco a poco a echarlo fuera. Puede ser un trabajo interior largo y algo dificultoso, que tarde años en realizarse, pero al menos tenemos que saber que esta es nuestra meta: llegar a tener nuestro centro “dentro”, y no “fuera”, de nosotros mismos. Los demás pueden entrar dentro de nosotros mismos, de nuestra intimidad, sólo con nuestra autorización.

Hay dos riesgos concretos: ser Víctima de un Perseguidor, o en cambio ser un Perseguidor. Y aunque para una persona que acaba de salir del Opus Dei parece más probable el primer riesgo, en realidad es muy posible que, aunque se rechace ahora la Institución y el tiempo que vivimos dentro, se siga interiormente –y a menudo también exteriormente- con una actitud de juicio, de acatamiento a normas y criterios, de condena hacia quien no piensa y/o no actúa según principios que interiorizamos y que aún no hemos llegado a cribar con sentido crítico y madurez humana.

Yo he encontrado bastantes “ex” que, aún ya fuera del Opus Dei y quizá criticándolo duramente, siguen con muchos tics típicos de la institución: en la forma de decorar sus casas, de vivir su religión, de vestirse y de organizar sus jornadas, etc... Puede ser bastante difícil convivir con una persona que no “acabó de salir”, y de hecho de alguna forma esta persona se vuelve un Perseguidor para su prójimo, porque minusvalora y desprecia actuaciones, sentimientos y formas de ser que sigue considerando como “poco sobrenaturales” o faltos de “tono humano”, por ejemplo.

Como ya dije anteriormente, hablando de los riesgos al actuar como Víctima, tampoco se trata de hacer todo lo contrario, como forma de reaccionar a un mundo al que nos hemos rebelado: seguir actuando y juzgando como siempre hemos hechos, y rebelarnos en bloque a todas estas formas de actuar y de juzgar, son las dos caras de la misma moneda. “Reacción”, como digo, es decir: una respuesta a empujes que  nos llegan de nuestro exterior, y no “actuación”, es decir, una acción que brota de nuestro ser profundo y auténtico, de nuestra libertad. Y en estas actuaciones habrá quizá cosas que aprendimos en nuestra familia de origen y que encontramos codificadas en la Obra y que siguen siendo válidas para nosotros, otras que igualmente nos propusieron en uno, u otro, o ambos ambientes y que ya rechazamos, y otras aún que no aprendimos en el pasado y que ahora aprendemos a valorar y deseamos realizar. Pero si lo que decidimos seguir considerando válido en nuestra vida no llega desde el exterior, sino desde nuestra libertad interior, nunca vamos a obligar a los demás a cumplirlo como un verdadero Perseguidor. Como ya apunté, la actitud que nos puede volver un Perseguidor, aunque disfrazado, es la de pensar que la nuestra es la única forma de actuar, opinar, o juzgar correcta, despreciando, aunque sólo implícitamente, la libertad de los demás.

El “Salvador”

El Salvador, como el Perseguidor, infravalora a la Víctima, pero mientras el Perseguidor se aprovecha de su debilidad para hacerla sufrir y triunfar sobre ella, el Salvador interviene en las vidas de los demás  para sentirse superior, y porque piensa que cada cual no tiene capacidad de pensar y actuar por si mismo. Al lado de un Salvador, las personas nunca se vuelven mayores y autónomas, a menos que consigan romper las reglas del juego del Triangulo dramático.

También en el caso del Salvador, encontramos ejemplos muy concretos en nuestra experiencia si pensamos en esas personas que siempre tienen en sus labios la frase “Lo hago por tu bien”, sobreentendiendo que conocen nuestro bien mejor que nosotros.

Como es fácil darse cuenta, ni la Víctima, ni el Perseguidor, ni el Salvador son posiciones sanas, ni una es mejor o peor de otra. En los tres casos, se actúa y se orienta la propia existencia no haciéndose responsable de si mismo, sino vertiendo hacia fuera de nosotros nuestra energía vital. También es importante darse cuenta de que los demás pueden actuar con nosotros como Victima, Perseguidor o Salvador solo si nosotros les damos el permiso, aunque tan solo de forma implícita. Más aún: la mayoría de las veces que otros actúan con nosotros según alguno de los tres roles, muy probablemente es porque nosotros los hemos atraídos actuando con el rol complementario.

Como dejar de jugar en el Triangulo dramático

Es importante tener en cuenta que las personas que juegan con el Triángulo dramático nunca adoptan un único rol: se pasan de uno al otro según las circunstancias, por esta razón es importante ser consciente de los tres mecanismos.

Para salir de esta situación, antes que nada, hay que experimentar y aprender que las decisiones de cambio y mejoría de los demás no dependen de nosotros, que el único ámbito de libertad y responsabilidad es la vida personal. Esto no quiere decir vivir de forma egoísta y desentendiéndose de los demás, sino estar abiertos a la ayuda y a la solidaridad, pero solo cuando estas son solicitadas y requeridas por los interesados, y dejando que las personas sean fundamentalmente libres –exteriormente y más aún interiormente- de aceptar o de rechazar nuestra ayuda por no considerarla idónea a su situación.

No es cierto que cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de “salvar” al mundo o a las personas. Ya pasó el tiempo de hacer cruzadas. Una de las pocas cosas que siguen gustándome de Camino es la frase inicial del p.1 “Que tu vida no sea una vida estéril...”, es el “transire benefaciendo” que nos recordaban a menudo. Pero esto no a costa de las personas, no machacándoles “por su bien” (perdón por el abuso de comillas). Nuestra responsabilidad principal es vivir bien, lo mejor posible, nuestra vida personal, y de esta forma mejorar un poco el mundo en el que vivimos, y estar abiertos a ayudar, si está en nuestras manos, a los que nos piden ayuda. Si todos viviesen con esta actitud, aunque muy poco a poco, el mundo realmente mejoraría. Si en cambio todos luchasen para convencer a los demás de que deben vivir como a ellos les parece acertado, el mundo se volvería un gran campo de batalla.

Se aprende mucho más por pruebas y errores que escarmentando en cabeza ajena.


¡Feliz aprendizaje para todos!