miércoles, 3 de diciembre de 2014

El Triángulo Dramático (IV): Profundizando la relación Víctima/Perseguidor

Isabel Sala


Como vimos hace unas semanas en la publicación de Elena El Triángulo Dramático (II),el Perseguidor es un papel simbiótico con el de la Víctima. Nunca aparecen separados, siempre que haya una persona que se coloque en el papel de Víctima, necesitará encontrar un Perseguidor que lo justifique. Y siempre que alguien adopta el papel de Perseguidor ha escogido una Víctima a la que perseguir (controlar, culpar, castigar, juzgar, criticar de forma destructiva…).

Es importante recordar que el Perseguidor no es siempre una persona, sino que puede ser también una circunstancia (la crisis financiera, el coche que me han robado, la lluvia que no cesa…) o una condición (cada vez tengo más canas, me aumentan las dioptrías con la edad, una enfermedad que nos limita…).

Al buscar un Perseguidor, la Víctima está rechazando tomar la responsabilidad por las cosas que le ocurren y no le gustan. Atribuir una causa externa a lo que nos pasa parece que nos exime de hacer algo para cambiarlo (no depende de nosotros el hacerlo) y nos deja inermes e indefensos ante los acontecimientos. La Victima se siente impotente, porque le da al Perseguidor toda la capacidad de cambiar las cosas y asume su falta de voluntad para hacerlo, con lo que se siente atrapada. Cuando de hecho no es que al Perseguidor le falta la voluntad de cambiar las cosas para un mayor bien de la Víctima, sino que no es él quien debe hacerlo sino la Victima misma: cuando algo no te gusta, siempre hay algo que puedes hacer; básicamente puedes cambiarlo, apartarte de ello, o aceptarlo. 

Un sentimiento que se desarrolla con mucha frecuencia por la Víctima es el resentimiento hacia lo que considera su Perseguidor. Este resentimiento le mueve a colocarse a su vez en papel de Perseguidor en cuanto tiene oportunidad para vengarse. Al cambiar a papel de Perseguidor, coloca al que era el Perseguidor en el papel de Víctima. 

El que es colocado por la Víctima en el papel de Perseguidor, con frecuencia no es consciente del rol que se le ha asignado, solo ve que otra persona le culpa de sus desgracias y reacciona de forma hostil o incluso agresiva hacia él, lo que con frecuencia le lleva a identificarse con el papel de Víctima que se le ha asignado. Es muy frecuente que ambos acaben viéndose como Víctimas y viendo al otro como su Perseguidor. Estas situaciones pueden enquistarse en el tiempo dando lugar a situaciones de bloqueo con difícil resolución. Solo se sale de ellas cuando una de las partes rechaza el papel de Víctima y se desentiende del “juego”.

Cuando el Perseguidor es una circunstancia, no hay una personalización pero sin duda la Víctima se toma las cosas de forma personal. “Todo me pasa a mí”, “estoy gafado”, “qué mala suerte tengo”, son frases que delatan a la Víctima de sus circunstancias. 

Prácticamente todos los Perseguidores son antiguas Víctimas, que temen más que nada el volver a serlo. Digamos que aplican eso de que la mejor defensa es un buen ataque… El Perseguidor al igual que la Víctima actúa desde el miedo, especialmente el miedo a perder el control, a no poder decidir por sí mismo, a no poder hacer lo que quiera, a que controlen hasta los detalles más pequeños de su vida. Así que para evitar que esto ocurra, intenta controlar él a los demás, imponiendo de forma radical y en ocasiones autoritaria sus opiniones, principios y creencias (de las más elevadas a las más básicas) a los demás. Para hacerlo, tiene que desacreditar las de los demás con la crítica nada constructiva, la burla y en general con el desprecio. 

Cuando estábamos todavía en el OD, andando el camino que nos acabaría sacando fuera, es probable que nos hayamos sentido, en algún momento al menos, perseguidos y maltratados, juzgados, rechazados, repudiados… Cuando salimos también. O que se nos impuso una forma de vivir y hacer las cosas con la que no estábamos de acuerdo pero que de alguna forma no pudimos hacer otra cosa que acatar (una oportunidad profesional que no se nos dejó aceptar, unos estudios que no se vio conveniente que hiciésemos, una visita a nuestra familia que no se autorizó, etc). Al salir, es fácil caer en la trampa del efecto péndulo, como decía Elena, e imponer nuestra voluntad hasta en lo más pequeño y por encima de las necesidades de todos los que tenemos a nuestro alrededor. Al habernos sentido Victimas de la falta de libertad, ahora nos empeñamos en hacer uso constante de ella, lo cual está bien, pero en ocasiones podemos incluso llegar a utilizarla como un modo de atacar al que fue nuestro Perseguidor: “que no me dejabais hacer esto?, pues ahora elijo hacerlo”. A lo mejor no siento la necesidad de hacerlo, o incluso me trae consecuencias poco deseables, pero lo hago porque me da la gana y que se fastidien. Me estoy colocando al hacerlo en el papel del Perseguidor y convirtiendo a las Institución en Victima haciendo lo contrario de lo que en ella se predica a propósito como una forma de  demostrarle que ya no tiene poder sobre mí. Nos empeñamos a veces en elegir hacer cosas que no nos hacen bien solo porque antes no podíamos hacerlas, o sencillamente porque son lo contrario de lo que se nos decía que hiciésemos. Como alternativa a esta reacción inconsciente del efecto péndulo, tenemos la opción de la respuesta consciente que nos lleva a ponderar la bondad de las cosas y a elegir conservarlas o descartarlas en función de dicha bondad solamente. 

En el polo opuesto a este nos colocamos cuando a pesar de estar desvinculados de la Institución nos empeñamos en seguir en el papel de sus Víctimas, al consentir que tenga influencia sobre lo que hacemos y la forma en la que vivimos nuestra vida ahora. Cuando consentimos que condicione lo que hacemos o dejamos de hacer porque nos dan miedo las consecuencias del ejercicio de su poder sobre nosotros, estamos perpetuándonos en nuestro papel de Víctimas. Quiero remarcar que la prudencia en el obrar no es lo mismo que el miedo. Cuando nos gustaría hacer una cosa y no la hacemos porque tenemos miedo de las represalias que la Institución pueda tomar con nosotros, nos estamos poniendo de nuevo en el papel de Víctima impotente y colocando al OD en el papel de Perseguidor poderoso que nos impone su voluntad (o no nos permite hacer la nuestra, que viene a ser lo mismo). Cuando por el conocimiento que tenemos de la Institución elegimos no hacer determinadas cosas que en otras circunstancias sí que haríamos, con la intención de que no imposibiliten la consecución de algún objetivo concreto de nuestra elección, entonces estamos siendo prudentes. En el primer caso le damos el poder a la Institución y en el segundo lo tenemos nosotros. Una Víctima con poder no es Víctima.

Cuando nos damos cuenta de que criticamos a menudo lo que hace o dice el OD como Institución o lo que hace alguien que nos conste que es del OD por el mero hecho de que lo es; cuando nos encontramos en la necesidad interior de dudar siempre y de antemano de las intenciones y de sospechar de lo que hace alguien que sabemos que es del OD; cuando criticamos de forma sistemática y destructiva todo lo que tiene la más mínima relación con el OD sin averiguar si quizás aquella cosa concreta puede ser acertada en esas circunstancias; cuando juzgamos con más severidad a una persona cuando sabemos que es miembro del OD; cuando somos más intransigentes con los que sabemos que son miembros de la Prelatura; cuando nos erigimos en jueces de sus acciones porque pretendemos acertar sus intenciones; cuando asumimos las razones que les mueven a actuar o a no hacerlo; etc, etc, etc, nos estamos colocando, aunque de forma inconsciente, en el papel de Perseguidores buscando una salida al dolor que sentimos en su día como Víctimas. La trampa está en que de esta forma solo reforzamos nuestro propio papel de Víctimas, porque lo volvemos a hacer presente, lo volvemos a actualizar cada vez que actuamos como Perseguidores del que consideramos nuestro antiguo Perseguidor. La única forma de salir de este círculo vicioso y destructivo es abandonar conscientemente el papel de Víctima y adoptar el papel de Creador de nuestra propia vida. Pero eso lo veremos en más detalle en una próxima publicación.