El primer periodo después de nuestra salida
del Opus Dei puede ser a menudo una temporada de mucho lío interior: después de una época
de vida, que puede haber durado años, en la que hemos vivido en la persuasión interior de tener un
hilo directo con Dios, de que nos encontrábamos en este mundo para una gran
misión, de que nuestra vida era una historia épica disimulada en las pequeñas
cosas de la cotidianidad, poco a poco la realidad nos ha desilusionado y la
vuelta a una vida dentro de un mundo en el que quizá nos encontramos desorientados
nos puede hacer sentir vacíos, sin contenido ni rumbo.
No obstante, esta es, o puede ser, una
temporada de gran evolución interior, una época de “reconstrucción”. Pero una
reconstrucción que ya no nos llega desde el exterior sino que tiene que empezar
y seguir desde nuestro centro interior.
Una ayuda muy importante en este trabajo
puede ser la escritura de un Diario. Quizás al comienzo esta idea nos puede
molestar, por recordarnos una costumbre de nuestra vida recién pasada. En cada
centro de la Obra, efectivamente, se lleva un diario en el que se reflejan los acontecimientos
exteriores del centro. Pero no se trata de lo mismo. Se trata, más bien, de
dedicarnos a registrar nuestro recorrido cotidiano más íntimo y personal.
Este trabajo tiene dos grandes ventajas. En
primer lugar nos puede ayudar a vencer los momentos de descorazonamiento,
porque el trabajo de reconstrucción es un trabajo muy largo, en el que se
aprecian mejorías y victorias solo con el paso del tiempo, un tiempo que muchas
veces puede transcurrir muy lentamente y en el caso de que sea así es difícil
llegar a percibir estos cambios y estas victorias interiores. Nos puede parecer
que estamos estancados siempre en el mismo punto, sin salida. En cambio, volver
de vez en cuando a leer nuestras dificultades, preocupaciones, derrotas y victorias
de hace una temporada nos ayuda a darnos cuenta de que sí estamos mejorando,
madurando y superando nuestro pasado.
La segunda ventaja consiste en que este trabajo
de escritura puede en muchos casos, en los que las contradicciones y los
sufrimientos de la vida pasada no han conseguido provocar situaciones hondamente
patológicas, substituir un tratamiento psicoterapéutico o al menos apoyarlo y
darle mayor eficacia.
Para que este trabajo de escritura sea algo
realmente constructivo es importante que nazca de este “amor por sí mismo” del
que ya hemos hablado en muchas ocasiones en este blog. No se trata de escudriñar
nuestra conciencia, de juzgarnos y de sufrir por lo que nos pueda parecer
negativo en nuestra conducta diaria; no es la versión laica del examen de conciencia,
sino más bien algo que nos pueda ayudar a tomar un poco de distancia de
nosotros mismos, de nuestras cotidianas reacciones emotivas para reconocerlas y
aprender a manejarlas. Algo que nos ayuda a conocernos mejor y volvernos
“nuestros amigos”, nuestros mejores amigos. Nos puede ayudar a echar luz sobre
nuestras reacciones automáticas y a volverlas más auténticas, si las vemos
adecuadas, o a debilitarlas poco a poco si las percibimos inadecuadas.
Hay muchas cosas de nosotros que quizás
queremos cambiar en nuestra nueva vida, pero sólo se puede cambiar aquello de lo
que se tiene consciencia y conocimiento.
Además quizás experimentaremos que el acto
de escribir encierra una peculiar forma de creatividad. Habrá ocasiones en las
que comenzaremos a escribir describiendo algo problemático y acabaremos la
escritura teniendo una solución o una clave de lectura. Esto pasa porque no se
puede encontrar una respuesta si no se conoce la pregunta: el esfuerzo para
formular la pregunta, para traducir en conceptos inteligibles el lío que nos agita
interiormente, permite a nuestro corazón y a nuestro intelecto encontrar la
respuesta adecuada.
Aunque escribir un Diario nos puede parecer
al comienzo una actividad subjetiva, en realidad es un acto que nos lleva a salir
de la subjetividad de fantasías, juicios, hipótesis de lectura de la realidad
para describir hechos. Esto ya es mucho. La mayor parte del tiempo nos
dedicamos a vivir una vida paralela a la vida real dentro de nuestra cabeza,
que interpreta lo que nos pasa, repartiendo culpas y responsabilidades por el
pasado y anticipando temores o ambiciones hacia el futuro. Esta actividad
mental tiene el grave defecto de impedirnos vivir el único tiempo real: el
presente. Revisar nuestro día actual registrando los hechos en la escritura de
un Diario nos puede ser de ayuda a la hora de despojar los hechos de nuestras
interpretaciones. Por supuesto, esto no significa ir registrando todos los acontecimientos
del día, sino centrarnos en trabajar sobre los asuntos que nos afectan más
hondamente, en el bien o en el mal.
Tomar distancia y observar.
No buscando una objetividad que no existe,
por ser cada uno de nosotros un ser concreto e histórico, sino buscando una
distancia que nos otorgue perspectiva y, por eso mismo, nos ayude a ver mejor.
Muchas de las cosas que nos pasan cada día,
aunque nos despierten hondas reacciones emotivas, a menudo se olvidan y no llegan
a traducirse en una experiencia constructiva. Volvemos una y otra vez a caer en
los mismos errores. En cambio, la elaboración escrita de lo que ha pasado y de
cómo nosotros hemos reaccionado y de como nuestra reacción se ha revelado
adecuada o no, nos ayuda a volver todo esto una experiencia en el sentido más
hondo de la palabra; algo que va a edificar o a consolidar nuestro bagaje
interior personal y a influir, mejorándola, en nuestra vida personal futura. Y
cuando volvamos a leerlo dentro de un tiempo, podremos evaluar aún más lo
correcto o incorrecto de nuestra actuación, a reforzarlo o rectificarlo. Y
también podremos apreciar el camino recorrido y alegrarnos de nuestros éxitos y
fortalecer nuestra autoestima.
En un post sucesivo iremos analizando cómo
realizar este trabajo en la forma más eficaz.