martes, 27 de enero de 2015

La Orientación Victimista

por Isabel Sala


Cada uno de nosotros tenemos una orientación frente al mundo, un punto de referencia, una posición mental que determina nuestra dirección en la vida. David Emerald, en su libro The Power of TED*, lo compara muy acertadamente con una brújula.  La brújula nos facilita un punto de referencia indicándonos cuál es el Norte y a partir de él podemos trazar una ruta. Nuestra orientación, o nuestro punto de partida mental, tienen mucho que ver con la dirección que tomamos en nuestra vida. Es decir, que nuestra orientación determina bastante lo que será nuestra experiencia vital.

Aquello en lo que ponemos el foco de nuestra atención va a condicionar nuestra forma de actuar. Cualquier cosa en la que ponemos el foco de nuestra atención va a provocar en nosotros algún tipo de respuesta emocional, un estado interno. Por ejemplo, si nos sentamos en un camino de montaña y nos dedicamos a observar por un rato las cumbres, los prados y las vacas pastando en ellos, es fácil que sintamos un estado interno de calma y serenidad. Ese estado interno nos motivará a actuar de una determinada forma; motivará nuestro comportamiento. Siguiendo el ejemplo anterior, el estado interno de calma y serenidad puede movernos a reducir nuestra velocidad y a la contemplación o la introspección, por ejemplo, lo cual es por lo general más complicado si nos sentamos en un banco de una avenida muy transitada de cualquier gran ciudad.

En la Orientación Victimista, el foco se pone en un problema. La Víctima pone su foco de atención en su Perseguidor al que identifica como la causa de sus males; o el Perseguidor en la Víctima, a la que ve como un problema. El problema puede ser una persona, una condición o una circunstancia de nuestra vida como ya vimos en publicaciones anteriores.

El poner la atención en un problema nos genera invariablemente un estado interno de ansiedad, que es el estado interno habitual de la Orientación Victimista y que puede ir desde un cierto malestar o molestia hasta un auténtico terror. Ese estado interior de ansiedad pone en movimiento un comportamiento, que es como una especie de reacción, y que suele ser bien luchar, marcharse o quedarse paralizado.

La mayoría de las personas pasan una parte muy importante de su tiempo buscando soluciones a problemas de todo tipo; los problemas constituyen el centro de su vida, lo que recibe toda su atención.

Cada uno de los tres roles que conforman el Triángulo Dramático ve a los otros roles como problemas a resolver.

Cuando funcionamos con la Orientación Victimista, tenemos la ilusión de que estamos reaccionando frente a un problema, cuando de hecho estamos reaccionando frente a la ansiedad que nos genera ese problema. No nos movemos tanto para solucionar el problema actuando sobre sus causas, como para terminar con el malestar que nos provoca la ansiedad. Si no sentimos ansiedad perdemos la motivación para hacer algo al respecto del problema. Así que de hecho si seguimos esta Orientación, necesitamos de problemas para seguir moviéndonos!

Si la acción que llevamos a cabo para disminuir la ansiedad es eficaz, ésta disminuirá pero el problema seguirá ahí intacto porque no hemos actuado sobre él. La menor ansiedad “nos dará la sensación” de que las cosas están mejor y nos relajaremos, pero es cuestión de tiempo que el problema vuelva a emerger generándonos cada vez mayor ansiedad. 

Esos problemas que parecen volver de forma recurrente una y otra vez en nuestra vida, con casi total seguridad nos mantienen funcionando dentro de una Orientación Victimista. Los problemas prácticamente nunca se resuelven desde una Orientación Victimista. Para solucionar un problema de raíz, generalmente es necesario poner nuestra atención en el medio y largo plazo, y en la Orientación Victimista esto no es posible porque al disminuir la ansiedad perdemos la motivación.

Un claro ejemplo de esto lo tenemos en los casos de maltrato de cualquier tipo: el verdugo maltrata a la víctima, luego le pide perdón y con ello reduce la ansiedad que le produce el sentimiento de culpa; las cosas van bien por un tiempo hasta que la vuelve a maltratar. Porque pidiendo y recibiendo perdón, ha reducido su sentimiento de culpa (mejora el malestar que le genera su estado interno) pero no ha actuado sobre la causa de esa violencia, que es el verdadero problema y sigue ahí intacto.

El Triángulo Dramático es la consecuencia de vivir con una Orientación Victimista. En dicho triángulo, como hemos visto, se dan solo tres posibles reacciones: pelear, marcharse, o quedarse paralizado. La Víctima puede enfrentarse a su Perseguidor y acabar intercambiando roles con él; o puede apartarse de él y buscar un Salvador que le proteja; o puede quedarse paralizada (puede quedarse bloqueada, paralizada, insensible ante el dolor que le produce el Perseguidor: adicciones de cualquier tipo, alcohol, juegos, trabajo, sexo...).

Generalmente cuando reaccionamos desde la Orientación Victimista, acabamos  agravando el problema que queríamos resolver. Por ejemplo: cuando una persona ha tenido relaciones personales en las que ha sido abandonada, no es infrecuente que desarrolle un miedo al abandono. Tiene como un radar que la hace hipersensible a los pequeños signos de que la otra persona va a abandonarle (pareja, amigo, etc) y empieza a reaccionar ante cada posible pista de que “algo va a salir mal”. Se vuelve insegura y dependiente. Se aferra con tanta fuerza y se concentra tan intensamente en esa relación, que la otra persona empieza a sentirse asfixiada o presionada y reacciona apartándose de ella. Que es exactamente lo que se quería evitar… Esto es así porque se reacciona actuando para disminuir el miedo que se siente de ser abandonado (emoción = estado interno) en lugar de actuar sobre el problema que lo causa (falta de autoestima, falta de seguridad en uno mismo, sentir que no se es suficientemente bueno para ser amado, etc).

Cuando estamos metidos en esta dinámica, creemos que nuestros problemas están “ahí afuera” creando nuestro sufrimiento y no nos damos cuenta de cómo nuestras propias reacciones contribuyen a ese sufrimiento. Pensamos que el dolor existe en nuestro entorno y si podemos arreglarlo ya sea luchando, huyendo, o quedándonos paralizados, nuestra vida será mejor o más fácil.

Hay Víctimas que son reales (guerras, abusos, hambrunas…). Pero si bien es cierto que algunas circunstancias no las generamos nosotros, también es cierto que la forma en que reaccionamos ante esas circunstancias puede generar todavía más sufrimiento y mantener este ciclo activo.