miércoles, 3 de junio de 2015

Levar el ancla



Por Isabel Sala


Hablaba hace unos días con una persona que dejó el Opus Dei hace unos años después de ser numerario durante muchos otros. No era la primera vez que lo hacíamos. Un hombre bueno e inteligente al que no le gusta dónde se encuentra ahora y quiere producir cambios en su vida que le lleven al lugar donde quiere estar. Ahí andamos trabajando…

Después de cada sesión siempre me quedo con la sensación de que hay “algo” que le impide avanzar de forma proporcionada a su interés auténtico por hacerlo y al esfuerzo que pone. Y al final salió y con su permiso y sin dar ningún dato que pueda ayudar a identificarlo, lo comparto con vosotros por si alguno o alguna está en una situación semejante.

Lo que le pasa es que pidió la Admisión en el Opus Dei después de tomar una decisión que tiene claramente identificada y que considera equivocada. Decisión que era además fácilmente evitable. Y después de muchos años no es capaz de desprenderse de esta pregunta: “¿por qué hice aquello? Fue una decisión completamente anómala, no ya en la persona que soy hoy, sino también en la persona que era entonces…”. Y por supuesto a continuación de esta pregunta llega esta otra: “¿qué habría pasado si yo no hubiese tomado aquella decisión tan tonta?”.

 No importa cuánto trabajemos y cuánto interés pongamos en seguir construyendo una bonita vida después de salir del Opus Dei, no vamos a conseguir ser realmente felices si no somos capaces de dejar ir esta pregunta sin contestarla. Porque esta pregunta no tiene respuesta realmente, y todo el tiempo que empleemos intentando contestar una pregunta que no tiene respuesta, es un tiempo perdido que restamos del tiempo que nos queda por vivir. Y además, poniendo el foco de nuestra atención en algo a lo que damos vueltas y más vueltas como moviéndonos en un bucle del que no podemos salir, porque no hay salida, es frustrante y la frustración mantenida en el tiempo no lleva a ningún lugar mental y/o emocionalmente saludable.

No me voy a cansar nunca de repetir esto: la bola de cristal realmente no funciona…, así que mi consejo es que no pierdas tu tiempo ni consumas tu energía vital en intentar ver en ella ni tu futuro, ni el hipotético e idílico presente que estarías disfrutando ahora de haber tomado en el pasado decisiones diferentes a las que de hecho tomaste.

No te castigues por ello tampoco. Todos hemos tomado en nuestra vida decisiones que a día de hoy no tomaríamos; decisiones “equivocadas”. Generalmente tendemos a etiquetar como tales a todas las que, a toro pasado, vemos que nos han traído un sufrimiento considerable. Como si el propósito de la vida fuese evitar el sufrimiento… Pero no lo es. Se trata más bien de andar a través de los inevitables sufrimientos aprendiendo de ellos. El dolor y el sufrimiento son como alarmas que se disparan para llamar nuestra atención acerca de algo en nuestra vida que no funciona bien. Cada uno es una oportunidad por lo tanto para aprender y para crecer. Y no estoy con esto invitando a nadie al masoquismo; el dolor y el sufrimiento hay que atravesarlos, no montar una tienda de campaña e instalarse en ellos.

Cuando no dejamos ir el recuerdo a veces compulsivo de las decisiones equivocadas que tomamos en su día, esas decisiones se convierten en un ancla muy pesada que nos fija en nuestro pasado y no nos deja avanzar. Como estamos unidos al ancla a través de una cuerda más o menos larga, eso hace que tengamos la sensación de irnos alejando del pasado a medida que transcurre el tiempo y nos movemos hacia adelante en nuestra vida. Pero “por alguna razón” nunca perdemos de vista ese pasado, nunca deja de afectarnos, no conseguimos minimizar su influencia sobre nosotros lo suficiente como para que no nos duela. La única forma de hacerlo es levar el ancla y para ello dejar ir todo lo que pudo ser y no fue, ni lo será. Y todas las preguntas que no tienen respuesta.

La vida de cada persona encierra en el momento de nacer un enorme potencial. El lugar y la familia en la que nacemos ya han reducido mucho el potencial absoluto que tendríamos como seres humanos, pero los posibles caminos por los que esa persona que acaba de nacer puede andar en este mundo son todavía numerosísimos. De todos ellos, solo andará uno. Y ese camino lo va a ir delimitando con las decisiones grandes, medianas, pequeñas y microscópicas que va a ir tomando a lo largo de cada día de su vida (y cuando no tenga aún capacidad de decidir, por las que tomarán los demás por ella). Cada decisión es una elección que abre unas puertas y nos cierra otras. Las cierra para siempre y no hay nada de malo en ello, porque no hay una vida más ideal que otra, mientras ambas estén edificadas con solidez y coherencia y la persona que las vive sea realmente feliz en ellas.

Cada cosa que hacemos o dejamos de hacer y también cada cosa que decimos o elegimos no decir, va a tener consecuencias directas en nuestra vida y más o menos directas o indirectas en la vida de muchas otras personas. Una pequeña parte de esas consecuencias son más o menos previsibles, pero la mayoría son imprevisibles. No sabemos nunca por lo tanto todas las puertas que hemos cerrado al tomar nuestras decisiones ni a dónde nos podrían haber llevado. No hay forma de saber cómo habría sido nuestra vida hoy de haber tomado en el pasado decisiones distintas a las que tomamos.

Pero hay una cosa que sabemos con certeza: lo que tenemos hoy, aquí, en este momento. La vida que tienes ahora es absolutamente real, no necesitas imaginar ni especular, solo mirarla. Actuando sobre lo que es real (y solo lo es el momento presente) podrás tomar decisiones conscientes cuyas consecuencias previsibles sean las que tú quieres. Eso es lo máximo que está en tu mano hacer y es muchísimo. Lo que no está en tu mano controlar, déjalo ir, porque si no lo sueltas con el tiempo adquiere forma de ancla y ejerce como tal.

¿Cuántas anclas tienes en tu vida que te impiden navegar hasta el mar que tú quieres? O puedes planteártelo también al contrario: ¿estoy en el mar donde quiero estar?; y si la respuesta es no, ¿por qué?, ¿hay algo que me frena y no me deja alejarme suficientemente de un pasado que no me gusta? ¿Qué pasa si tomo la decisión consciente y plenamente libre de no querer contestar a esa pregunta: “¿qué habría sido de mi vida si no hubiese tomado esta o aquella decisión equivocada”? (y de paso también dejar ir la respuesta que le sigue con frecuencia: “mi vida habría sido sin duda mejor”).

No importa el tiempo que haga que has dejado el Opus Dei, te invito a que te hagas estas preguntas y te las respondas con honestidad. En ocasiones ocurre que determinadas experiencias en nuestra vida nos marcaron una cantidad X, pero nosotros al no dejarlas ir conseguimos que nos afecten X multiplicado por tantas veces como volvemos a hacerlas presentes en nuestra vida con el vaivén de las olas y el tirón que nos pega la cuerda que nos une al ancla.


El pasado ha conformado quién eres hoy. Cumplida su misión, déjalo ir . Verás qué libre te sientes.