martes, 3 de noviembre de 2015

El perdón, fortaleza del ser humano




por Isabel Sala

Al dejar el Opus Dei, una vez fuera y resuelta la vinculación jurídica con la institución, el sentimiento más extendido es el de querer pasar página y seguir viviendo. Poner un punto y final a una etapa de la vida y empezar otra diferente, con un enfoque nuevo, con una forma distinta de hacer las cosas, decidiendo nosotros lo que queremos hacer y cómo queremos hacerlo.

Para poder pasar página de verdad y poder seguir escribiendo los capítulos del libro de nuestra vida sin necesitar volver a cada momento hacia atrás para revisar los capítulos anteriores, es necesario perdonar; perdonar todas las ofensas recibidas y todo el daño en ocasiones irreparable que se nos ha hecho. Si no perdonamos, alimentamos cuanto menos el rencor y el resentimiento y en ocasiones también cierta sed de venganza más o menos reconocida o expresada. 

El resentimiento es un sentimiento natural en una persona que ha recibido una ofensa. Es una reacción inconsciente. Pero ¿cómo nos libramos del resentimiento?

Como ocurre con toda emoción negativa, para librarse de ella lo primero que hay que hacer es reconocer (-se) que se tiene y además permitirse tenerla; no reprimirla, ni negarla, ni luchar contra ella. Dejarla salir, compartirla con alguien que sepamos que nos va a entender, que va a recibir lo que le contemos. Y una vez exteriorizada y compartida, dejarla ir.

Esto de dejarla ir es más fácil de decir y recomendar que de llevar a la práctica, pero sin duda hay unas cuantas cosas que puedes hacer y que lo van a facilitar. 

Para empezar puedes dejar de entretenerte en todos los pensamientos negativos que te surgen en torno a los agravios sufridos y que luego, si no los cortas a tiempo, se van extendiendo a todos los ámbitos que guardan alguna relación con el ofensor. La tendencia de nuestra mente es a pasar una y otra vez la película del momento del agravio. A cámara lenta, desde este ángulo y desde este otro... Incluso editarla mentalmente añadiendo lo que nosotros debíamos haber dicho y no dijimos, y las consecuencias que imaginamos que nuestra diferente forma de responder a la ofensa habría tenido. De esta forma, cada vez que volvemos a visualizar la película, abrimos de nuevo la herida que aquella ofensa nos produjo, impidiendo que cicatrice. El tiempo todo lo cura...pero tenemos que dejarle que lo haga... Lo que pasó queda en el pasado, no le des vueltas. Ocúpate en cosas que te distraigan. Haz ejercicio físico, involúcrate en actividades que te mantengan ocupada la mente. Haz algo por los demás, dedica una parte de tu tiempo a ayudar a otras personas; te ayudará a salir de ti y a romper la tendencia compulsiva de tu mente a darle vueltas a lo mismo todo el rato.

Te ayudará a mitigar la intensidad del dolor que sientes el mirar lo ocurrido desde otras perspectivas. Si el dolor es muy reciente y muy intenso será difícil, pero si eres capaz de hacerlo te será de mucha ayuda. ¿Cabe la posibilidad de que la persona que te ofendió no fuese consciente de todo el daño que te estaba produciendo?; ¿es posible que, por la razón que fuera, no fuese capaz en ese momento de hacer las cosas de forma distinta?; ¿quizás cometió una torpeza o sencillamente hizo lo que pudo pero no era capaz de hacerlo mejor? Nada de esto justifica el agravio cometido, pero sin duda el ver las cosas desde otras perspectivas y el considerar otros escenarios posibles nos ayuda a suavizar los sentimientos y sobre todo el rencor; o a impedir que surja.

La actuación sobre el pasado no es posible. Solo tenemos capacidad real de actuación en el presente. El pasado está cerrado, no lo podemos cambiar de ninguna manera y por lo tanto toda la energía que pongamos en hacerlo, siquiera mentalmente, no sirve para nada; la perdemos. Así que después de considerar otras perspectivas y suavizar la intensidad de tus sentimientos, seguramente te dará un resultado más satisfactorio el concentrar toda tu energía en cambiar las circunstancias de tu vida presente que no te gustan y el empezar a dar pasos pequeños pero mantenidos en el tiempo que te lleven al cambio consistente que quieres producir.

Ahora solo te queda lo más importante: perdonar. Perdonar al otro y la ofensa recibida y quizás también perdonarte a ti mismo por tu parte en consentir la ofensa y/o en la reacción o respuesta que le diste. Perdonar no significa olvidar, no significa justificar al ofensor ni la ofensa recibida, no implica el excusarle por lo que ha hecho, no es aceptar lo ocurrido con resignación, no es negar el dolor que sentimos o engañarnos acerca de lo que sentimos, no es minimizar ni quitar importancia a lo ocurrido y por supuesto no significa estar de acuerdo y darle la razón. Perdonar es romper el lazo que nos ata al agresor a través de la ofensa, librarse de él, desengancharse, de forma que al seguir viviendo cada vez nos alejemos más de lo ocurrido en el pasado. No perdonamos porque el ofensor lo merezca, perdonamos por nosotros mismos, por higiene emocional, por salud del alma.

El perdón tiene que ser incondicional. No es necesario por tanto que el ofensor reconozca la ofensa y se disculpe por ella para que le perdonemos, ni tampoco que deje de repetir esa misma ofensa en otros. Perdonamos por nuestro propio bien, para no tener resentimiento ni rencor, que son sentimientos corrosivos para el alma, porque son incompatibles con el amor. Perdonamos para vivir sin amargura en el corazón. No perdonamos como el juez que absuelve, nosotros no somos jueces, solo Dios lo es. Dios puede juzgar entre otras razones porque tiene todos los datos, es el único que ve en el corazón de las personas, el único que conoce la perspectiva correcta desde la que mirar a lo ocurrido. Nosotros no la sabemos, por lo tanto no podemos juzgar de forma justa y absolver o condenar. Pero podemos abrir nuestro corazón y dejar ir la ofensa desde nuestro lado, dejando la sentencia en las manos de Dios y de su Justicia.

Al hacerlo, no está de más recordar que también nosotros ofendemos a los demás, que muchas veces lo hacemos sin darnos cuenta, que otros están seguramente ahora intentando mirar desde otra perspectiva las ofensas que nosotros hemos cometido con ellos y que con un movimiento generoso de su corazón están eligiendo perdonarnos y dejarnos a nosotros y nuestras ofensas en manos de la Justicia divina. "Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".